Siempre he oído la frase esa de ''no se puede vivir con miedo''; sobre todo la recuerdo en la película Ghost Rider Johnny Blaze (interpretado por mi queridísimo Nicolas Cage) va a saltar, creo, tres helicópteros en memoria de su padre. Cada vez que me dicen esa frase recuerdo esa escena. Yo puedo asegurar que se puede vivir de esa forma. Llevo 19 años así.
Vivo con la idea de saber que tengo una madre que quiere que me muera.
Vivo con críticas constantes entre los de mi casa y mi hermana.
Vivo deseando que todos los días se acaben las seis horas lectivas. Pensaba que estaba entre gente madura y normal. Pero no. Bueno, solo se libra una persona, una chaval que me guía siempre en mis fallidos pasos. Pensaba que también tenía una amiga. Pero no. Pido perdón a las chicas que vayan a leer esto y no se sientan identificadas, pero, no tenía una amiga, tenía una chica que cuando ve un rabo y a un niñato con un Audi se vuelve loca. Palabras duras pero reales. Así es la vida. Están los grandes y a los que chafan los grandes. ¿Me considero de los que chafan los grandes? Quizá sí o quizá no. Quizá sí por el miedo y la cobardía que tengo a todo. Y quizá no porque sé que soy superior a muchos. No me las doy. Lo sé. Lo veo. Lo siento. A cada momento y con cualquiera de mis acciones lo confirmo y lo corroboro.
Vivo... sin él. Esa es la parte que más me duele. Ese vacío en el corazón. ÉL es mi todo. Es un niño con cuerpo de hombre. Es mi única esperanza cada mañana. Es mi sueño. Solo quiero terminar el curso para poder salir de aquí e ir con él, por las buenas o por las malas. Siempre le digo que río de su voz. Pero no me río de su voz por cachondeo. Me río de felicidad. Me río de imaginar que me susurra todas cosas preciosas al oído. Río de imaginar que estoy a nada de pasar el resto de mi vida a su lado. A tu lado. Unos pocos meses más. Sabes que ni yo me creía que fuera a aguantar los dos años de Gestión Administrativa. Solo va a ser uno. Incluso quizá menos.
Solo confío en ti. Solo en mi peluchito jeje.
Te amo, Juan
La fille dans la nuit
Mi libro. Mi vida. Mis sentimientos...
domingo, 25 de noviembre de 2012
martes, 6 de noviembre de 2012
3. Revelaciones
Me desperté entre jadeos y sudando. Abrí
los ojos del todo, pero me di cuenta de que me encontraba en una habitación
totalmente oscura: estaba echada en una cama, a la derecha había un armario que
parecía muy antiguo, a la izquierda una ventana y, debajo de la ventana, un
escritorio.
Me levanté y me di cuenta de que en el lado
izquierdo de la cama había una mesilla muy baja con un vaso de leche y un plato
con galletas. Mi estómago se reveló y me obligó a comer: las galletas eran las
mejores que había probado en años y la leche parecía tan natural... Como si la
hubiesen acabado de ordeñar.
Me arreglé el pelo como pude, me puse una
chaqueta que había en la esquina de la cama y salí de la habitación. El pasillo
parecía igual de antiguo que la habitación, pero estaba algo más iluminado. De
las paredes colgaban pinturas con distintos retratos: en la primera se veían a
dos niños castaños con una sonrisa de oreja a oreja, acompañados por un Collie.
En la segunda se veía a un chico de unos dieciséis años con un hacha en la
mano; tenía el pelo castaño y los ojos azules... Me quedé hipnotizada por esa
pintura... ¡El chico del cuadro era igual que François! Me eché las manos a la
boca sin dejar de mirar.
-Es mi tataratatarabuelo.
Grité horrorizada. François me miraba
fijamente apoyado en la barandilla de una escalera que bajaba a otro piso.
-¡Me has asustado!- dije aún alterada.
-Lo siento- dijo con una cara que expresaba
de todo menos el sentirlo.
Se le notaba más relajado que de costumbre.
Portaba una ropa distinta a la de ayer, una camisa marrón que se le ceñía y
unos pantalones bastante desahogados.
-¿Esta casa es tuya?- le pregunté
observando las paredes, que les hacía falta un arreglo, aunque el techo
abovedado estaba intacto.
-Exactamente mía no lo es, es de toda mi
familia.
-¿Cuál es tu apellido? -pregunté con
curiosidad.
-Bourgeois. ¿Por
qué lo preguntas?
-Me lo preguntó a mí el profesor de Inglés-
me asomé a una ventana que tenía cerca y solo vi... árboles-. ¡¿Pero tú a donde
me has traído?!
-Ya te lo he dicho, a mi casa.
-¡Llévame a la mía inmediatamente!- dije
fuera de mis casillas.
Se bajó de la baranda y simplemente dijo:
-No puedo.
Comenzó a bajar la escalera y yo, furiosa
por no haberme dado una explicación, le agarré y todos los recuerdos de la
noche anterior volvieron a mi mente: la discusión con mis padres por el cambio
de instituto, la repentina aparición de François en mi habitación, el salir por
la ventana y quedarnos suspendidos en el aire y los cánidos del morro brillante
aullando a la luna desde el alfeizar de mi ventana.
Me mareé y caí sentada al suelo con la
espalda apoyada en la pared. François se dio la vuelta y me miró de una forma
extraña. De repente caí en la cuenta de algo que hubiese deseado no pensar:
-Lo que llevaban los perros en el morro-
dije con la voz quebrada-, era sangre, ¿verdad?
Entornó los ojos y se sentó a mi lado:
-Sí.
Con el corazón a mil por hora me atreví a preguntar:
-Mis padres están muertos, ¿verdad?
Entornó los ojos y se sentó a mi lado:
-Sí.
Con el corazón a mil por hora me atreví a preguntar:
-Mis padres están muertos, ¿verdad?
No dijo nada y un calor tremendo comenzó a
recorrerme el cuerpo. Los ojos se me humedecieron y, supongo que para evitar
que llorase, me sentó encima de sus piernas y juntó su mejilla con la mía. No
lloré, no, pero estaba bastante nerviosa. Mi piel caliente con la suya helada
hacía un contraste bastante agradable.
Pasaron los minutos, o quizá las horas, hasta que me vi en condiciones de mirarle a la cara: me sonreía de una forma muy agradable...
-¿Estás mejor?-me preguntó.
Noté la verdadera preocupación en su voz.
Pasaron los minutos, o quizá las horas, hasta que me vi en condiciones de mirarle a la cara: me sonreía de una forma muy agradable...
-¿Estás mejor?-me preguntó.
Noté la verdadera preocupación en su voz.
Tuve la gran tentación de besarle, pero no
como había ocurrido con JoséRa, que la lujuria había podido conmigo; esta vez
lo que sentía era amor.
Me acerqué lentamente a él y su sonrisa
cambió; parecía querer lo mismo que yo.
-Bonjour a tout!
-Bonjour a tout!
Miré a la escalera y allí estaba Celine de
pie.
François se golpeó la cabeza contra la pared.
François se golpeó la cabeza contra la pared.
-Tú siempre tan oportuna, hermanita.
- Pues sí. Es que me encanta interrumpir
tus escasas situaciones pornosas.
Me separé un poco de él y vi que sonreía
con un toque de malicia en los labios. Me guiñó un ojo y le dijo a su hermana:
-Bueno, prefiero tener escasas situaciones
pornosas a no tener ninguna.
Celine cerró el puño, furiosa, y se puso a
temblar de rabia, pero de repente paró y sonrió:
-Iván ha preguntado por ti.
En ese momento el gesto de François fue de
asco:
-¿Y qué quería?
-Saber qué haces con tantos humanos.
-Lo sabe.
-Sí, lo sabe, pero también sabe que
fracasarás.
-¡Eso no es cierto!- gritó François
levantándose de golpe, haciéndome caer de espaldas.
-Me voy- dije levantándome del suelo,
cansada de los dos hermanos que se tiraban al cuello constantemente.
Pasé
por al lado de los hermanos y bajé con la clara idea de irme de esa infernal
mansión.
Al llegar abajo me encontré en el
recibidor, el cual daba acceso al salón y a otras dos habitaciones que se
encontraban cerradas.
Abrí la puerta principal y la entrada de la
casa se reconocía por una larga fila de árboles que le daban un distinguido
toque elegante.
Salí y el sol me cegó durante unos
segundos; la casa tan oscura de los Bourgeois tenía que tener algún efecto
secundario. Cuando conseguí ver con normalidad comencé a correr como nunca lo
había hecho, adentrándome en el tétrico bosque. Si en el instituto tenía
escalofríos de vez en cuando, en aquella ocasión eran constantes. Me quedé
paralizada sin por mover ni un músculo de mi frágil cuerpo. De repente, de
entre los arbustos, salió un precioso pastor alemán con el pelaje brillante,
meneándome alegremente la cola; aunque algo me decía que no me debía fiar del
todo de aquel can. Me acuclillé y, de forma muy parecida a como me había
ocurrido con François, un montón de imágenes acudieron a mi mente, pero esta
vez eran muy distintas: a través de los ojos de alguien pude ver en una primera
imagen a Javi, a Ricardo y a JoséRa; en la siguiente vi el portal de mi casa; a
continuación unos perros muy parecidos al que tenía delante subían por las
escaleras de mi edificio a gran velocidad y, finalmente, mi propia imagen en
brazos de François suspendidos en el aire.
Me levanté horrorizada. ¿Todo es lo había
visto el perro?
Me di la vuelta dispuesta a volver a la
casa de François, pero unas tres docenas de perros rabiosos me lo impedían,
demostrándome lo afilados que tenían los dientes. Un pensamiento horrible pero
muy cierto se me pasó por la cabeza: ‘’¿Acaso yo también voy a morir?’’
Tenía ganas de dejarme morir, de no sufrir
más. Empecé a caminar hacia los perros, dispuesta a que terminasen conmigo y
que me despedazasen, pero justo delante de mí apareció alguien que me impedía
el paso, y con una mirada fría me tendió la mano. El sol me pudo dejar ver que
era un chico de unos veinte años, con un deslumbrante pelo moreno, ojos casi
negros y mucho más alto que yo.
Le miré y su mirada solo reflejaba
impaciencia. Pensé que quería que fuese con él pero, ¿por qué me debía fiar de
él? ¿Y si me quería hacer daño?
Lentamente retrocedí y pude sentir el
abrasador aliento de uno de los perros en mi pantorrilla. Entonces comprendí
que no me iban a atacar, aún.
De mi pensamiento me sacó la potente voz de
François gritándome desde lo alto de un árbol:
-¡Bibi, confía en él!
Entonces corrí hacia esa persona que había
aparecido de la nada. Me cogió con sus grandes brazos y comenzó a trepar a gran
velocidad por el tronco del árbol que me había gritado François. Me dieron
ganas de gritar de lo rápido que íbamos, pero eso me dejaría en total ridículo.
Aparecimos justo al lado de mi nuevo amigo y me cogió con cuidado entre sus
brazos.
-Llévatela a la casa-dijo el chico moreno
con voz autoritaria.
Y con esas palabras se bajó del árbol.
Intenté mirar hacia abajo pero la mano de François me obligó a mirarle a él.
Sonrió.
-Se van a acelerar las cosas.
-¿Qué?
Puso mi cara contra su pecho, impidiéndome ver, y noté como se bajaba del árbol y como corríamos a bastante velocidad.
-¿Qué?
Puso mi cara contra su pecho, impidiéndome ver, y noté como se bajaba del árbol y como corríamos a bastante velocidad.
Paramos en seco pero no aparté la cabeza de
él por si volvía a echar a correr.
-Si estás cómoda te puedo traer una
limonada o un trozo de bizcocho.
Le miré y sonreía burlándose de mí. Levanté
la cabeza y observé que habíamos vuelvo a su casa. De repente sentí una punzada
en el corazón.
-Quiero ir a mi casa.
-No puedes. Está todo atestado de policías.
O en su caso perros.
-No hay-dije muy segura de mí misma.
-¿Y cómo lo sabes?
-¡Porque están en el bosque!-dije cayendo
de rodillas al césped, abatida.
Su cara empezó a contraerse, expresando una
mezcla de dolor, asco y cautela.
-Entremos, estaremos más seguros.
-No...-dije intentando arrancar un montón
de hierba-. Estoy cansada de huir... No tengo nada por lo que luchar...
¡Prefiero que me maten!-y las palabras salieron como arrollantes torbellinos de
mi boca.
Su cara volvió a cambiar para expresar
ahora sorpresa.
-Yo... no quiero que te mueras.
En ese momento la que se sorprendió fui yo.
De repente la voz de Celine nos interrumpió
desde lo alto de la mansión:
-¡Se ha escapado uno y viene hacia aquí!
-¡Entremos, Bibi!-me apresuró François.
Me levanté del suelo con gran esfuerzo.
Recorrí con la vista el camino que llevaba al bosque y vi que uno de los lobos
había escapado y venía a toda prisa hasta donde estábamos, pero su mirada iba
dirigida hacia mí. Sin pensármelo dos veces cogí una piedra afilada y de
considerable tamaño y se la tiré, acertando de lleno en la cabeza. El lobo se
desplomó y empezó a formarse un chorro de sangre a su alrededor.
François ya había llegado a la puerta de la
casa. Corrí hacia él. De repente me dio un escalofrío. Miré fijamente a
François y no se había movido un pelo.
-¿Qué ocurre?-me preguntó antes de sacarse
unas llaves del bolsillo y abrir la puerta principal de la mansión.
-Pasa. Hay alguien más por aquí-respondí
metiéndolo dentro.
Cerré la puerta y me quedé parada de pie.
Tenía el corazón agitado. François no paraba de mirarme. Acercó sus manos a mi
pecho, me puse rígida, pero caí en la
cuenta de que su intención era bajarme la cremallera de la chaquetilla y
quitármela para colgarla en un perchero el cual no había reparado minutos antes
por las prisas. Se volvió a acercar a mí y me cogió de la mano. Me llevó al
salón, que estaba presidido por una gran chimenea.
Cuando estuve dentro vi al chico moreno del
bosque sentado en un butacón enfrente de la chimenea. Tenía las manos
entrelazadas y los labios apoyados en un anillo con un gran rubí en la mano
derecha.
No sé de donde saqué el valor, pero me
acerqué a él. Le miré a la cara y tenía los ojos cerrados. Me arriesgué y le
pregunté:
-Tú eres el que me ha causado el último
escalofrío, ¿cierto?
Abrió los ojos muy rápido y me asusté.
Retrocedí un paso y, acobardada, le dije titubeando:
-Gra... gracias por lo de antes...
Sonrió y se levantó extendiéndome la mano:
-Sí, he sido yo. Me llamo Iván.
Al estrecharle la mano mi cuerpo tuvo una
gran sensación de paz, esa que hacía casi un mes que me faltaba. Relajé los
hombros y sonreí.
-Me llamo Bibi-dije con más confianza.
-Lo sé-dijo con una expresión divertida.
-¿Sí?- pregunté atónita.
-Sí, François me ha hablado de ti.
-¡Ah! Claro, por supuesto... -dije
sintiéndome idiota.
Se levantó del butacón de un ágil salto y
se dirigió a un ventanal en el que no había reparado. Apoyó las manos y la
cabeza en el cristal dándome la espalda.
-No tienes a donde ir, ¿no?
De nuevo me dolió el pecho.
-No-dije con la voz quebrada, sonándome
como la de un desconocido.
Se giró y me miró sonriendo:
-Te rogaría que te quedases con nosotros un
tiempo hasta que las cosas se calmen. Al menos estarás protegida.
No supe que contestar de primeras. Todo me
resultaba muy chocante, sobretodo la idea de que un desconocido me invitase a
su casa. ¿Quizá por pena? ¿O quizá me quería tener allí por alguna razón
especial?
Miré a François de reojo en busca de
cualquier gesto o movimiento que me indicase que le parecía bien la idea o que
por el contrario le iba a parecer un estorbo. Pero me dedicó una rápida
sonrisa, seña suficiente para convencerme.
-Vale, pero no tengo ni ropa ni mis cosas
personales.
Se acercó a mí y me cogió de las manos,
envolviéndolas en las suyas.
-¡Se me ha ocurrido un plan!-gritó,
sobresaltándome-. ¡Esta noche iremos los cuatro juntos a tu casa a por tus
cosas!-dijo con el rostro iluminado.
-¿Qué... cuatro?-preguntó François algo
confuso.
-Bibi, Celine, tú y yo, ¿quiénes sino?-le
respondió alegremente.
-¡Ni en broma!-exclamó Celine desde la
escalera. De un salto y varias zancadas apareció a nuestro lado-. Iván, no
pienso ayudarla.
No sé si fue efecto del cansancio, del sol
que se colaba por el ventanal o por alguna droga que me hubiesen echado en el
desayuno; pero juraría que los ojos de Iván se habían oscurecido de una forma
exagerada, quedándose totalmente negros, cuando le dijo a Celine
-Celine, tú vas a hacer lo que yo
mande-volvió a dirigirme su atención. Se agachó un poco para que estuviésemos
frente a frente-. No le hagas caso, vendrá esta noche con nosotros-miró a
François algo más serio-. ¿Por qué no os subís a tu habitación?
-Claro. Ven, Bibi.
Quería ir con él, pero mis manos seguían
apresadas por las de Iván. Le miré.
-Esto...
Se las miró y me miró.
-¡Ups! ¡Perdona! No tengo la costumbre de
conoces a gente nueva. En verdad desde hace bastantes s... semanas.
Iván me sonrió, pero esta vez su mirada
transmitía segundas intenciones, unas que me parecían bastante malas.
Cuando me quise dar cuenta François ya
estaba en la mitad de la escalera. A paso ligero le alcancé y subimos al piso
de arriba para a continuación entrar a la habitación en la que me había
despertado.
Pareció relajarse, dejando los hombros
caídos. Se acercó a la ventana, abrió las dos hojas y por fin pude ver la
habitación en todo su esplendor: el escritorio no era un escritorio, si no un
antiguo buró; la cama parecía sacada de una película antigua, pues el cabecero
estaba algo oxidado y a simple vista se veía que el armario tuvo años mejores,
le hacía falta lijarlo y una buena mano de barniz. Pero todo aquello me
recordaba a una serie que solía ver, en la que durante un momento salió una
casa del siglo XIX; lo único que le faltaba para que fuese prácticamente igual
era una lámpara de aceite en la mesilla o colgada de la ventana. Miré a
François y su ropa también era muy parecida a la que llevaba el protagonista,
William. Que irónico...
Entonces mis ojos se abrieron de par en par
cuando François se quitó la camiseta. Se acercó a mí y me rodeó con sus fuertes
brazos. De nuevo esa sensación de calor, esa sensación de cariño pero, ¿por
qué? Cerré los ojos y tuve la estúpida impresión de que el mundo se paraba para
dejarnos paso y que nada nos molestase.
Se separó de mí, abrí los ojos y vi que me
miraba con ternura, como se mira a un dulce cachorrito. Le acaricié una mejilla
(que por cierto la tenía perfecta, sin rastro de granito alguno de los que le
suelen salir a los chicos con su edad), pero él me devolvió el gesto cogiéndome
en brazos y depositándome en la cama. Se puso encima de mí y se arqueó como un
gato bufado, pero me sonreía como si quisiera algo. La situación me pareció tan
cómica que no pude evitar reírme.
-Ay... ¡Eres mala!
-¿Qué le voy a hacer si me haces gracia?
-¿Tengo acaso cara de payaso?
-Sí, tienes cara de ser mi payaso.
-Sí, tienes cara de ser mi payaso.
Reír muy bajito, casi imperceptiblemente.
Se acostó a mi lado y jugueteó con mi pelo. Se lo acercó a la nariz:
-Que bien hueles...
De nuevo no pude evitar reírme.
-Oh, cielos... –acercó su boca a mi oreja-.
Que loca que estás, Bibi...
Oír mi nombre pronunciado por sus labios en
aquel momento me puso la piel de gallina.
-¿Jugamos a un juego?-se separó para
mirarme a los ojos.
-Claro-respondí animada.
-Preguntémonos libremente lo que queramos.
-Vale-respondí insegura. Era mi oportunidad
para sonsacarle información.
-Empiezo yo-se me adelantó-. ¿Desde cuándo
te ocurren cosas extrañas?
Empecé a recordar y un montón de imágenes,
algunas alegres y otras dolorosas, empezaron a circular por mi mente camino a
ninguna parte, pero solo un claro recuerdo se estableció en mi mente:
-Supongo que desde el último cumpleaños de
mi hermano.
-¿Qué ocurrió?- preguntó francamente
interesado.
-No sé, parecía nervioso. Le picaba todo el
cuerpo, como si llevara pulgas y no comía nada de lo que había en la mesa.
Parecía tener ganas de echar a correr.
-¿Qué día fue eso?-dijo levantándose y
yendo al buró.
-El veintidós de septiembre
Sacó una agenda electrónica y empezó a
trastearla.
-Lo sabía... -se dijo a sí mismo.
-¿El qué sabías?-pregunté acercándome.
-Que era luna llena... –apagó la agenda y
asomó la cabeza por la ventana. Las piernas empezaron a temblarle.
-François, me estás asustando... ¿Puedes
explicarte mejor?
Y a una de sus grandes velocidades se
acercó a mí y me puso contra la pared.
-¿No lo comprendes? ¡Uno de los lobos del
bosque u otro fue el que mató a tu hermano!-me dio otro empujón, un poco fuera
de sí, y tropecé cayendo al suelo.
Su cara parecía contraerse, lleno de rabia,
lleno de dolor.
-¡¿Aún no lo entiendes?!- ahora fue él el
que se acercaba a mí. Yo intentaba alejarme arrastrándome un poco por el suelo,
pero era más rápido y ágil que yo-. ¡No son perros ni lobos! ¡Son...!
-...hombres-lobo –terminó la frase Celine
desde el pasillo-. O más comúnmente conocidos por los humanos como licántropos,
aunque la mayoría que hay allí son una estafa.
Comencé a temblar: sensaciones constantes
de frío y de calor iniciaron una lucha en mi cuerpo con la meta de hacerme
sufrir. Todo se me empezó a bloquear, impidiéndome ser una persona normal: no
conseguía ver ni oír cosa alguna. Todo me parecía espantoso. De repente todos
los sentidos acudieron a mí y, con una rapidez igual o mayor a la de François,
corrí hacia Celine y la golpeé en la cara, haciéndola caer. Una sensación de
rabia me obligaba a pegarle, pero ella no parecía inmutarse.
Entonces me sorprendió diciendo:
-¡Oh! ¡Sí! ¡Qué sensación de placer! ¡No
pares! ¡Sigue!
A pesar de esas palabras tan extrañas y de
que mi subconsciente me decía que parase porque era inútil hacerle daño, seguí.
Algo me paró y me elevó: giré la cabeza y
vi que François me había cogido por las axilas y me había separado de su
hermana.
-Mi
pequeña fiera, tranquila...-me dijo al oído.
Celine rompió a reír y mientras decía:
-¡Dios! Si pensabas que me ibas a hacer
daño es porque eres más ingenua de lo que imaginaba.
-Pero se ha movido rápido-objetó François.
-¡Sí! Si tuviera corazón se me hubiese
acelerado-dijo llevándose la mano al pecho-. Humana...
-¡Bibi! ¡Me llamo Bibi!-volví a irritarme.
-Sí... Humana, Bibi... Te has dado por
aludida, ¿no? Bien, a lo que iba. Esta noche vamos a ir a tu casa por orden de
Iván, no te creas que me apetezca ir a algún lado contigo. Si tardas se
percatarán los lobos y se puede montar un pifostio en tu casa en el que puedes
salir herida. Así que solo coge lo esencial: ropa, cosas de aseo, dinero, un
peluchito por si necesitas abrazar algo cuando duermes... -su sonrisa malévola
me indicó que me quería dejar a la altura del betún.
Mi cabeza empezó a toda máquina como hacía
meses que no lo hacía:
-Hoy es veintidós de octubre...
-Bien-me asintió como a los tontos-. Veo
que aún sabes a que día estamos. ¿Quieres un premio?
Resoplé:
-¡Hoy es Luna Llena! ¡Van a ir a mi casa
seguro!
-Por eso mismo he dicho que te vas a tener
que dar prisa.
-¡¿Tanto insultarme con que soy humana y no
lo pillas?! ¡No tendrán lo que hay que tener para transformarse de día en pleno
centro de la ciudad!
François sonrió sorprendido:
-Estás en racha.
Celine apretó fuertemente los dientes y
abrió bastante los ojos sin creer aún lo que sus oídos habían captado. Estaba
enfadadísima. Si hubiese sido un dibujo animado le hubiese salido humo por las
orejas como una tetera. Me sonrió de forma muy... bueno... muy a su forma:
-Has ganado esta batalla, pero no la
guerra. Yo que tú no bajaría la guardia.
La mirada de François se me estaba clavando
en la coronilla. Me giré y su mirada estaba perdida en algún lugar al que yo no
podía acceder. De repente me miró:
-Una pregunta.
-Me tocaba a mí-le reproché.
-Es urgente, mi alma-dijo impaciente.
-Vale, dile-cedí.
-¿Sabes si en tu casa hay alguna joya
familiar?
-Pues... No lo sé... -dudé-. Pero muchas
veces oía como mi madre levantaba una losa de su cuarto de baño-callé durante
unos segundos-. ¡¿No iréis a robarme?!
-No -me respondió François. Puso una mano
en mi espalda y me pegó a él, para a continuación besarme en pelo pero, por muy
raro que me pareciese, no sentí nada de vergüenza porque estuviese Celine; es
más, me sentía de maravilla por la escenita-. Ahora en un rato iremos a tu
casa. Mas pienso que es mejor ir antes a comer algo.
-Hermanito-interrumpió Celine-, yo estoy a
dieta.
-Y yo-dijo él, pero la acompañaremos
igualmente.
De repente escuché una canción que me
sonaba mucho y a los pocos segundos reconocí la voz de Huecco saliendo de mi
móvil, pero yo no llevaba el mío.
-¿Ese es mi móvil?-pregunté al menor de los
Bourgeois.
-Sí.
-¿Y qué hace aquí?
-Me tomé la libertad de traerlo anoche-se
lo sacó del bolsillo y me lo dio.
Miré en la pantalla y vi que era Espe. Le
di al botón verde y la oí llorar:
-¡Espe! ¿Qué te pasa?
De repente todo fue silencio.
-¿Bibi? ¿Estás viva?
-Claro, tonta. Aún no saben imitar mi voz.
-Es que... en el telediario de las dos...
han dicho que todos los de tu casa habíais...-se calló. Yo también callé.
-Tranquila, yo estoy perfectamente-rompí
esa situación tan difícil para las dos.
-¿Dónde estás?-se sorbió los mocos.
François me arrebató el móvil y retuvo la
llamada.
-No le digas dónde estás ni con quien. Y
dile que no le diga a nadie que estás viva, ni siquiera a tus otros amigos.
-Vale, descuida.
Cogí el móvil, volví a activar la llamada y
de golpe Espe me gritó:
-¡Dios, mío! ¡Qué bruta eres!-me cambié el
móvil de oreja y me rasqué la dolorida-. Oye... –vacilé-. Que digo que no te
puedo decir donde estoy... Ni con quien... Y no le digas a estos que me has
llamado, bueno, que te he contestado...
-No. Si tú piensas que es lo mejor no te
voy a insistir- estúpidamente sonreí sola.
La voz de Celine, como siempre, interrumpió
mi conversación:
-¡Ohhh!-dijo dramatizando-. ¡Esta
conversación es demasiado emocionante para mí!-ironizó-. Me voy-dijo ya con su
todo seco y con asco-. Adiós- y oí como bajaba las escaleras a paso apresurado.
-¿Quién era esa?-preguntó Espe.
Volviendo a ella respondí:
-Nadie importante.
-Bueno, si tú lo dices... ¡Ah!- dijo
efusivamente-. ¿Sabes que quedé ayer con Fer?
-¿Sí?-dije con más entusiasmo del que
sentía en verdad.
Seguro que os preguntáis que quién es Fer.
Veamos... Algo que no os he contado es que me encanta el fútbol y desde que
tenía unos ocho años soy socia del equipo local. Iba siempre con mi padre y con
mi hermano. Me acuerdo que los primeros partidos siempre estaba molestándolos,
preguntándoles que quién era cada jugador, que por qué había señalado eso el
árbitro... El caso es, que estando en primero, a Espe le empezó a gustar el
equipo y quería venirse, pero solo teníamos tres carnés. Mi padre conocía a uno
de los directivos y le pidió que si podía darnos entradas para la tribuna; y él
aceptó encantado. Pero como en esa época teníamos las hormonas muy
revolucionadas nos bajábamos al lado del banquillo a ver como calentaban los
jugadores, entonces se fijó en un utillero: el chaval era bajito, de más o
menos la altura de Espe (1,60); con el
pelo siempre revuelto(al menos ahorraba en gomina); ojos marrones bastante
curiosos y, algo que a mí no me gustaba para nada y a Espe le encantaba,
aparato dental. Y mi gran amiga se enamoró en ese momento.
>>Un día estaba muerta de
aburrimiento en mi casa, con el PC encendido, y se me ocurrió la brillante idea
de meterme a la página web del Club. Vi las noticias sobre los lesionados y me
metía a ver cosas de los jugadores uno por uno. Cuando terminé con todos miré
en la parte superior y leí ‘’Cuerpo de Utillerería’’ pinché y... ¡Bingo!
Fernando de la Rosa Pascual. Nacido en un pueblecito de los alrededores y...
Dios... 5 años más que nosotras... Después de eso me metí al Tuenti y se me
ocurrió la idea de ver si tenía, y efectivamente tenía; lo agregué y esperé. Ya
por la noche me volvía a conectar y tenía una notificación de que me había
aceptado. Estuvimos un buen rato chateando y me pareció buen tío. De casualidad
me llamó mientras Espe y se lo conté todo. Me dijo que quería agregarlo al MSN.
A cada uno le di el del otro, empezaron a hablar y... bueno... se volvieron muy
buenos amigos.
-¡Sí!-me dijo Espe-. Oye, mañana no vamos
al partido, ¿no?
-Tía, a mí me apetece...
-Pues vayamos-dijo François
sorprendiéndome.
Le miré y me sonreía.
-¡Venga Bibi! ¡Dime con quién estás!-quiso
saber mi amiga.
-Mañana le verás-dije intentando cambiar de
tema.
-Sí, pero como no le lleves me vas a
conocer.
-Sí, mucho de boquilla y luego las palabras
se las lleva el aire.
-No me provoques...
-Bueno, que mañana nos vemos en la puerta
dieciséis.
-Vale, cuídate, Bibi.
-Tranquila, tengo a alguien que ya lo hace.
-Lo sé... ¡Adiós!
-Lo sé... ¡Adiós!
-Adiós, Espe...-dije con la voz apagada.
Como fue ella la que colgó me quedé
escuchando el triste pitido que hacía el teléfono. Siempre me pasaba. Supongo
que era un gesto de que extrañaba a la persona. Miré al suelo con los ojos
entornados. Me sentía tan sola... Solo tenía a François y a Espe, y a encima a
ella le ocultaba cosas. Eso no se les hacía a las verdaderas amigas.
Un nuevo escalofrío me recorrió el cuerpo.
Miré a la puerta y no había nadie; segundos después apareció Celine alterada:
-¿Qué pasa?- preguntó François, aún a mi
lado.
-¡El libro ha desaparecido!
François se acercó a su hermana a paso
ligero:
-Pero... ¡Eso es imposible! ¡Los libros no
tienen alas!
-De este libro no te puedes fiar.
La conversación ya se estaba poniendo muy
absurda. Miré el móvil y ya marcaba las tres de la tarde.
-François, vámonos-exigí.
-Pero tenemos que encontrar el libro, es
importante.
-Si el libro es listo volverá él
solito-dije tratándolo un poco como a los locos.
François abrió la boca para protestar pero
la cerró para guardarse sus palabras. Celine se apoyó en el marco de la puerta:
-Tienes razón hu... Bibi. Yo también pienso
que volverá. Vayámonos a la ciudad.
-¿A cuánta distancia estamos de la
ciudad?-pregunté con curiosidad.
-A unos quince kilómetros-dijo François-. A
un kilómetro hay una parada de autobús que termina el trayecto en la estación
de autobuses. Está cerca de tu casa, ¿no?
-Sí, a cinco minutos.
François se puso la camiseta y espectáculo
para mi vista se acabó. Se dio cuenta de que le miraba y me sonrió dulcemente.
Celine nos echó una fugaz mirada a los dos y se bajó. Hoy en día aún pienso si
lo hizo adrede para dejarnos tranquilos. François cerró la puerta con la pierna
y nos volvimos a quedar a solas. Con sus manos puso las mías en sus hombros. A
continuación las suyas fueron a parar a
mi cintura, firmes pero sin molestar; después, por debajo de mi camiseta las
puso en la zona de mis riñones.
Sus labios presionaron levemente mi frente:
-Si te pasa algo hoy me habré quedado sin
nada por lo que luchar en esta vida-dijo echándome su gélido aliento.
Me separé un poco y le miré a los ojos:
-No me va a ocurrir nada mientras estés a
mi lado.
Se separó, me tendió la mano y me sonrió:
-¿Bajamos, mi lady?
Le cogía la mano e hice una reverencia,
aguantándome la risa:
-Encantada, mi lord. Aunque permítame
decirle que usted está muy mal de la cabeza
-Yo nunca lo he desmentido y otros dicen
que soy una creación de Caroll y Burton -y con eso descendimos las escaleras.
Abajo Celine estaba sentada en el sillón
que antes había ocupado Iván, con un ordenador portátil en las rodillas. Sus
finos dedos se movían a tal velocidad que en ocasiones desaparecían de mi
visión.
-Ya estoy acabando-dijo sin girarse.
-¿Cómo has sabido...? –intenté preguntar.
-¿...que estabais detrás de mí?-terminó mi
pregunta-. Porque tus pisadas son completamente similares a las de una estampida
de elefantes.
La sangre comenzó a hervirme y me sentí
realmente rabiosa.
-Celine... ¡Para de putearme!
Y conforme la última palabra salió de mi
boca, la cristalería de los Bourgeois estalló en mil pedazos.
-Oh, mon Dieu!-dijo Celine como si le hubiesen hecho el
mejor regalo de su vida.
-C’est magnifique... –expresó François
sacudiéndose trozos de cristal que se le habían adherido a la ropa.
-Esto es una mierda-rompí el momento bonito
de los dos hermanos.
-¿Se lo vas a contar, Fran?-preguntó Celine
dando pequeños saltitos. Todo lo adulta que se hacía para insultarme, se
esfumaba cuando hacía cosas así.
-Sí, cuando vayamos a la parada.
-¿Contarme el qué?-pregunté.
Me soltó y fue al perchero a ponerse la
chaqueta.
-Porque eres tan especial.
-¿Especial yo?-pregunté sin entender nada.
Celine apagó el portátil y lo dejó cargando
en el sofá. Salió rápida de casa, sin darme cuenta de ello. Ya me tomaba a
broma todo eso de la velocidad. Prefería no calentarme la cabeza con cosas que
iban a ser. François movió sus ojos en dirección a la puerta, indicándome
silenciosamente que saliese. Obedecí, me siguió, cerró la puerta tras él y echó
la llave, para guardársela después.
En uno de sus arranques de velocidad llegó
en dos segundos al bosque. Tuve que correr para poder alcanzarle y no quedar
como lenta. Llegué con la lengua fuera y empezó a reírse, pero no dijo palabra
alguna. Comenzó a andar a mi paso y nos adentramos a lo más profundo del
bosque. No había rastro de los lobos, pero la hierba y los matorrales estaban
revueltos y manchados de sangre. Aceleré el paso para no ver aquella imagen
nada agradable y me puse a la altura de François.
-Yo... siento lo de la vitrina-dije para
romper aquel silencio tan infernal.
-No importa. ¿Por qué crees que ha
ocurrido?
-Científicamente-saltamos un árbol caído- diría que ha sido cosa de mi timbre de voz, aunque... yo creo mucho en la magia, y más desde que te conozco.
-Científicamente-saltamos un árbol caído- diría que ha sido cosa de mi timbre de voz, aunque... yo creo mucho en la magia, y más desde que te conozco.
Sonrió satisfecho:
-Decántate por la magia.
-Tengo algo rondándome por la cabeza.
-Di.
-Si todos existimos porque tenemos, por así
decirlo, alguien con quien enfrentarnos, ¿por qué existen los licántropos?
Volvió a sonreír más ampliamente:
-Tu mente es prodigiosa. La respuesta a tu
pregunta es que sí tienen rivales.
-Los vampiros, ¿no?-dije irónicamente.
-¿No lo crees?
-No-dije saltando un pequeño riachuelo-.
Mira, amo los libros, cómic, series de televisión y todo lo relacionado con el
mundo de los vampiros; pero de ahí a que existan hay un buen trecho.
-Sí, puede que tengas razón-pareció pensar
algo-. ¿Te cuento una leyenda francesa?
-Claro, me encantaría oírlo. Por cierto,
¿queda mucho?
-No, muy poco. La leyenda cuenta que cada
muchos siglos, el alma de un guerrero se reencarna en el cuerpo de una joven
para parar la eterna lecha entre vampiros y licántropos.
-¿Pero una sola persona puede hacerlo?
-No va sola, tiene a su lado a otro
guerrero, elegido por ella y, a parte, magia. Dentro de una gema, un ámbar,
guarda la fuerza de los cuatro grandes espíritus de la naturaleza: fuego, agua,
tierra y aire.
-Vaya... Suena bien... –moví la rama de un
árbol y aparecimos en la autovía. Justo a la derecha se encontraba la parada,
en la que Celine estaba tumbada. François me cogió de la cintura y me besó de
improvisto; le seguí el beso, aunque me notaba nerviosa. Se separó lo justo
para mirarme a los ojos, me acarició el pelo y me susurró al oído:
-No te voy a comer si no quieres.
Esta vez fui yo la que le besé, pasando mis
brazos por su cuello y atrayéndolo hacia mí. Nunca antes me había sentido tan
única e importante para alguien. Todo aquello parecía un sueño, pero todos los
sueños se acaban con la voz de una estúpida:
-El autobús...-dijo Celine señalando al bus
que estaba tomando la curva a pocos metros.
Me separé rápida de François. La acción le
hizo sonreír y reírse de mí.
Me eché las manos a los bolsillos en busca
de dinero pero no llevaba ni una moneda.
-François... No tengo con qué pagar.
Celine se levantó y su hermano me ignoró.
El autobús llegó y François me empujó dentro. Celine me cogió de la mano y tiró
de mí hasta llegar a los últimos asientos mientras François pagaba.
Me senté y Celine a mi lado, quien no
paraba de quitarme ojo:
-No me caes mal, solo que no estoy
acostumbrada a juntarme con la gente.
El bus se puso en marcha y François vino a
donde estábamos. Se sentó a mi otro lado, de modo que me quedé en medio. Eché
la cabeza sobre el hombro del François, aunque me costaba ponerme cómoda, pues
lo tenía muy duro. El chofer subió el volumen de la radio y las noticias
atrajeron mi atención:
-¿Hay nuevas noticias sobre la masacre en
el número cinco de la calle Sol, Sara?
-Mi calle... –dije con un hilillo de voz.
François me besó el pelo.
-Sí, Álvaro-seguí la locutora-, pero
noticias muy extrañas: al parecer esta, mañana han desaparecido los cadáveres
después de un fuerte forcejeo. Los cuatro agentes atacados han declarado que
fueron criaturas peludas y de gran tamaño. En estos momentos se les están
realizando distintos estudios psiquiátricos.
-¿Y se sabe algo de la benjamina de la
familia Nicolás?
-No, aún no.
-Pobre chica... -se le escapó al locutor-.
¡Y pasemos al tiempo! ¿Lisa?
-Claro, Álvaro. Esta tarde en la Región...
Mis oídos quisieron dejar de escuchar, ya
se habían cansado de pasar malas noticias a mi cerebro. Tenía ganas de llorar,
pero, ¿para qué? No valía la pena. En prácticamente un mes lo había perdido
todo, no me quedaba absolutamente nada.
-François-dije con la voz algo quebrada.
-Dime, ma fille.
-Creo... que me voy a entregar...
La cara de François se puso más pálida que
de costumbre y se quedó totalmente inmóvil. Celine giró la cabeza desanimada y
miró por la ventana:
-¿Se lo has contado, hermanito?
-No del todo. No me creería.
-Todo lo que tú me digas me lo voy a
creer-intervine.
-¿Segura?-dijo cogiéndome de las manos.
-Claro, cuéntame.
Cogió aire y habló inseguro:
-¿Te
acuerdas de la leyenda que te he contado en el bosque?
-Sí, la de la chica.
-Pues... resulta que esa chica eres... tú.
Cerré los ojos fuertemente evitando que los
ojos se me humedecieran:
-No estoy para bromas.
-Hablo en serio.
-Por
favor, soy idiota, pero no hasta tal punto.
-¿Por qué crees que te he preguntado lo de
la joya?
De repente me di cuenta de que decía la
verdad. Abrí los ojos:
-Sinceramente-dije algo mareada y moviendo
la cabeza sin querer-, ¿piensas que yo podría para a los licántropos y a los
vampiros?
-De hecho ya lo estás haciendo-y me cogió
suavemente de la cabeza.
-¿Qué?-pregunté sin entenderlo.
-Ahora no es el momento de hablar- dijo
echando la vista al chofer.
-Vale, pero me debes una explicación.
-Tranquila, la tendrás.
Me cogió y me sentó en sus piernas. Me
apartó el pelo de la nuca y me la besó. Celine se levantó y se puso en los
primeros asientos. Otra vez solos...
Apoyé la cabeza en su hombro y le miré.
-Bibi-me dijo muy bajito.
-Dime.
-Esto se va a poner muy peligroso. Cuando
quieras abandonar dímelo.
-No te voy a abandonar-le besé en la
mejilla. Sonrió y me correspondió dándome un pico. No pude ver mi cara, pero
por la sonrisa en la de François, la mía tuvo que ser ridícula.
-Gracias, preciosa-me abrazó y puso sus
manos en mi tripa.
Cobijada por el Sol y por los fuertes
brazos de mi querido amigo, me quedé totalmente dormida.
Pasó un largo rato hasta que me desperté,
notando un oído molesto. Me giré y vi que François me estaba soplando en la
oreja. Me la besó y dijo:
-Estamos casi.
Me levanté, me estiré y me senté a su lado.
-Lo siento, estaba agotada-dije. A
continuación no pude reprimir un bostezo-. Lo siento de nuevo.
-Tranquila, coge fuerzas. Nunca se sabe lo
que te puedes encontrar a la vuelta de la esquina.
Miré por la ventana y observé que estábamos
a punto de llegar a la estación de autobuses. Celine volvió con el semblante
serio.
-Tienen la zona rodeada-dijo cogiéndose a
una barra.
-¿Quiénes? ¿Policía?-pregunté ingenuamente.
-No, los amiguitos de José Ramón.
Suspiré. Puede que François tuviera razón
en eso de que las cosas se iban a poner feas, pero prefería no pensar en ello y
vivir el momento, aunque fuese a allanar mi propia casa...
-¡Eh!-dijo Celine chasqueando los dedos muy
cerca de mis ojos, sacándome de mi pequeño estado de ausencia.
-¿Eh?-dije algo distraída.
-Uy... Miedo me da que tú seas la portadora...
El autobús entró a la concurrida estación.
Me levanté y me aproximé a la puerta de salida algo rápida, impaciente. Si
creía Celine que iba a seguir diciéndome lo que le diese la gana, la llevaba
muy cruda; ya me había hartado.
La puerta se abrió, bajé de un salto y
empecé a caminar a mi casa. No me hizo falta girarme para saber que quien me
había cogido del hombro era François.
-Espera... ¿A dónde vas?
-A mi casa-susurré y me paré-. Voy a comer a mi casa.
-A mi casa-susurré y me paré-. Voy a comer a mi casa.
Celine llegó a donde estábamos y me miró
sonriendo:
-Siento haberte dicho eso.
-Siento haberte dicho eso.
Ese día ya estaba bastante estresada, y me
daba rabia, pero estaba culpando de todo a Celine.
Suspiré:
-Mira, no quiero que te disculpes por
quedar bien o porque te lo haya dicho tu hermano. Si no te sale del corazón,
olvídame.
A mis espaldas se rió. Resoplé fuertemente
y seguí caminando, mirando al suelo, solamente levantaba la vista levemente
para mirar a los semáforos. No me hacía falta girarme para saber que los
hermanos Bourgeois me seguían. Llegué a mi portal y la puerta estaba
extrañamente abierta.
Entré despacio y no se oía ni un alma, lo
que me parecía más extraño aún. Llamé al ascensor y bajó muy lentamente, como
siempre. En cuanto estuvo en la planta baja, abrí, cogí a François de la mano,
tiré de él y entramos. Le di al botón para subir a la quinta planta, la mía, y
las puertas se cerraron. Me erguí y me empecé a encontrar bastante mal, como
cuando vas al médico a que te confirme que tiene cáncer, esa misma tensión
esperando la mala noticia que te sentenciaba, pues algo parecido... Rebusqué en
mis bolsillos las llaves de casas, temblando. Me mordí el labio deseando que
jamás llegásemos, pero sabía que eso era imposible, y más cuando el estridente
pitido de la cabina nos avisó de la llegada a nuestro destino.
François cerró los ojos con cara de
concentración, como si pudiese ver a través de las puertas, me cogió de las
muñecas, abrió los ojos y se los noté más claros de lo normal. Ya alucinaba...
Intenté soltarme:
-¿Qué haces?-dije elevando un poco la voz.
Con una de sus manos consiguió cogerme las
mías y con la otra me tapó la boca. Me hizo mirar al cristal translúcido y vi
que una sombra se acercaba para abrir la puerta y descubrirnos. La había
fastidiado por completo... Todo se iba a ir al garete y todo por una niñería...
Deseé con todas mis fuerzas que la persona que había al otro lado
desapareciese. El tipo del otro lado empezó a abrir la puerta y en vez de una
mano vi el cañón de una pistola. François me apartó y se puso entre ambos. El
del otro lado de la puerta siguió abriendo la puerta y pude ver una mano algo
peluda, por lo que reconocí que era de un hombre, y la manga de una camisa
blanca.
Me pegué a François y me acerqué a su oído:
-Lo siento...-conseguí decirle con un fino hilo de voz.
-Lo siento...-conseguí decirle con un fino hilo de voz.
Entonces, el hombre y su arma fueron
arrastrados desde fuera.
Me quedé paralizada sin poder creérmelo y
mi amigo rió como un pequeño lunático. Me abrazó levantándome del suelo sin
ningún esfuerzo y me besó muy lentamente... Era maravilloso...
-La suerte se pone de nuestra parte de
nuevo-me dijo a escasos centímetros de mis labios. Me besó en la nariz y me
bajó al suelo.
Salió del ascensor, ya totalmente confiado,
y me sujeto la puerta. Salí y le hice una pequeña reverencia como
agradecimiento. Me estaba volviendo muy amable con él. Supongo que era debido
al cariño que le estaba cogiendo. Era mi todo en ese momento y no lo podía
dejar escapar. Salí relajada, sabiendo que el peligro había pasado, al menos
por ahora.
La puerta de mi casa estaba cerrada y con
una cinta policial que impedía el paso de forma diagonal. François se puso de
puntillas y separo la parte de arriba.
-Apúrate, que puede salir alguien-dijo
rápido, atento a cualquier movimiento ajeno a los nuestros.
Afirmé, saqué las llaves de casa, introduje
la más rara en la cerradura y la giré dos veces a la izquierda. Cogí aire y
empujé la puerta. Todo estaba muy oscuro... Nada más introduje un pie en el
piso noté un escalofrío a mis espaldas. Me giré algo alterada y vi a Celine
bastante sonriente.
Me empujó adentro:
-¡Vamos! ¿Acaso te doy miedo?
Toqué la pared bastante nerviosa, con miedo
a lo que me pudiese encontrar. Le respondí como había tenido que aprender:
-No, más bien me das repelús...
-encontré el interruptor de la luz, le di y no había rastro de pelea, excepto
por los trozos de yeso que faltaban en la pared y en el techo, con marcas de
garras de distinto tamaño.
Me tapé la boca, notando algo de nauseas, y
fui corriendo a mi habitación. Cerré la puerta y me apoyé en ella procurando no
imaginar lo que había sucedido en mi hogar la noche anterior; la noche maldita.
Me calmé y me senté en la cama. Cogí mi
almohada y la olí. Olí a pureza... Olía a esperanzas... Aunque, dejando de ser
metafóricos, olía a mi perfume de mora. Iba a ser una de las cosas que me
llevase.
Me levanté y empecé a echar las cosas que
no pensaba dejar allí ni de bromas, puesto que no sabía cuando iba a ser la
próxima vez que volviese: mi caja de perfumes y esmaltes de uñas; mi caja de
fotos, que hay algunas que Dios quiera que no salgan nunca de ahí; mi querida
bufanda del Real Murcia, la única superviviente de las tres que me consiguió mi
padre; mi juego de mesa Trivial Pursuit, que siempre era apalizada por mi
hermano...; la vieja Nintendo DS, que la pobre ya no tenía ni micro ni wi-fi,
y sus correspondientes juegos; el ordenador portátil familiar, que siempre
estaba en mi poder y que no creía que le quedase mucho tiempo de vida puesto
que ya llevaba un año bailando la pantalla; mi libros de texto y, por
supuestísimo, mi colección de libros de vampiros de Charlaine Harris y de Anne Rice. Me puse a contarlos y
a calcular y me salía unos trescientos euros en libros. Mi padre siempre decía
que ‘’no hay mejor manera de gastar el dinero que en un buen libro’’. Cuánta
razón tenía... Acaricié ‘’Muerto para el mundo’’ y cerré la colcha con un nudo.
Intenté pensar qué más me quedaba y fui a la habitación de mis padres.
Encendí la luz y todo estaba normal. Sonreí
maliciosamente, con un toque de nostalgia, quité el cuadro de la patrona de la
ciudad, lo abría por detrás y allí estaba: el sobre con la recaudación de los
dos últimos meses. Me guardé el dinero en el pantalón y busqué la cartera de mi
padre. No estaba por ningún lado... Era rarísimo... Siempre la dejaba en el
primer cajón de la cómoda, pero allí solo estaba su pañuelo bien dobladito y
sus llaves. Me di por vencida y fui a la cocina a tomar algo. Miré al lavadero
y... ¡bingo! El pantalón de mi padre a punto ser echado a lavar. Saqué todo lo
que llevaba y conseguí más dinero, su cartera y las llaves del coche, aunque no
sabía para qué las quería si probablemente no hubiese sabido arrancarlo. Puede
que François, mi amigo experto en pequeños delitos, supiese conducir.
Fui a salir de la cocina y escuché una
puerta abriéndose, a continuación unos pasos y, por último, un aullido. Me
helé. No podía contemplar la idea de que se hubiesen colado de nuevo en mi casa
una manada de chuchos pulgosos. Cogí el cuchillo jamonero y salí corriendo al
salón, que era de donde procedían los ruidos: entré con el cuchillo en alto y
lo único que vi fue a Celine trasteando mi equipo de música. De los altavoces
empezaron a salir sonidos de los años ochenta. Dejé caer el cuchillo al suelo y
me apoyé en el sillón. La miré con más desprecio que nunca.
François entró algo acelerado:
-¿Queréis estaros quietas? Si nos oyen no
dudarán en llamar a la policía y no quiero más problemas.
A Celine pareció entrarle por un oído las
palabras de su hermano y salirle por el otro porque sacó el vinilo del
tocadiscos, lo asomó por la ventana y empezó a lanzarlo al aire y a cogerlo.
-¿A que sería divertido que se me resbalase
de las manos?-dijo entre risitas.
Me erguí y la miré con más ira que nunca:
notaba que la sangre me ardía dentro de las venas, desando que actuase.
Me acerque a ella y la cogí del cuello,
apretando con una fuerza que no conocía:
-Mi padre con diecisiete años se fue a
Santa Bárbara-empezó a meter el brazo, mirando de reojo que nada lo rozase- y
durmió un mes en la calle-terminó de meter el brazo y dejó el vinilo en la
mesa- hasta que el Dios que canta ahí-le giré un poco la cabeza para obligarla
a mirar la pegatina que ilustraba el vinilo y su bello rostro- pudo firmárselo.
Cuando se dio cuenta de que mi padre estaba con cuarenta grados de fiebre-
estampé su cabeza contra la pared y como
algo de polvillo caía de la pared. Juraría que durante una fracción de segundo
vi miedo en sus ojos- por haber estado a la intemperie todo ese tiempo, lo
acogió en su mansión durante una semana y media hasta que por fin estuvo
recuperado. Luego le pagó el viaje de vuelta a España y justo antes de coger el
vuelo se hicieron esta foto- saqué del vinilo aún sin soltarla una foto de mi
padre con el hombre con voz de ángel- y se la envió por correo al día
siguiente. Y ahora mi pregunta es... ¡¿Quién coño te crees que eres tú para
borrar el pasado de mi padre?!- la tiré al suelo, calmándome con ello.
Me miró y se fue echando para atrás hasta
que se topó con el sofá con la espalda y tuvo que ponerse en pie. Miró al suelo
y empezó a hablar titubeando:
-Yo... mejor salgo afuera a... a vigilar...
– y a paso ligero salió de la casa y cerró flojito.
Suspiré y guardé el vinilo y la foto en la
funda. La miré y se me volvió a encoger el corazón como con mis padres y
hermano. Echaba de menos a ese ángel... En pocos años se habían ido al Cielo
grandes personas y él era una de ellas. No creo en nada que no pueda ver con
mis propios ojos, pero si de verdad existe un lugar en el que está las personas
buenas, él debía estar allí sin ninguna duda.
Cogí todos sus CD’s y sus vinilos y los
puse con mucho cuidado en el sofá que tenía funda. Miré el salón y sonreí. Lo
único con valor sentimental que quedaba allí eran las filmografías de Johnny
Depp y Tim Burton, a excepción de Batman. Sin darme cuenta ni acordarme de él,
François cogió Dark Shadows, una de las más recientes y probablemente
una de mis favoritas debido a la mezcla de Johnny, Burton y el toque vampírico.
Le dio la vuelta y leyó la carátula, dejando asomar pequeñas sonrisas de vez en
cuando. Empecé a dejar las películas junto a los CD’s y acto seguido me ayudó
con el mismo cuidado que lo había hecho antes.
Nos quedamos mirándonos cuando dejamos
nuestros respectivos montones de pelis. Sus ojos estaban más oscuros de lo
normal, algo que era casi hipnótico, desconcertantemente. Me acerqué a él, sumamente
atraída, sin poder controlar mi cuerpo. Pero de golpe se retiró. Me quedé súper
cortada y muerta de la vergüenza. Sonrió y suspiro. Se sacó el móvil del
bolsillo y empezó a teclear rápido en un NOKIA bastante antiguo que, si no
recordaba mal, era el mismo que el primero que tuve. En menos de un minuto me
volvió a mirar.
-Tenemos una hora para encontrar el
preciado colgante antes de que venga Iván- se acercó con su habitual rapidez y
me besó. No me dio tiempo a reaccionar cuando me vi en volandas en sus brazos.
Salimos al pasillo y le agarré del cuello,
simplemente por instinto. Estiró el cuello con cara de sufrimiento fingido:
-Canija, me ahogarás si no aflojas.
-No me fío de volver a salir de nuevo por
la ventana...
-No haría algo así de día. Soy responsable
de mis actos, no como otras personas. Bien, y ahora... – me bajó al suelo-
...intenta recordar donde oías que tu madre oía una losa.
Cerré los ojos, intentando concentrarme.
Solo venían a mi mente imágenes y sonidos de hace unos meses, estando yo en mi
habitación y escuchando ruidos extraños al fondo del pasillo, pero sin poder
identificar lo que eran. Que inútil me sentía... Dejé todo el peso en los pies,
con los brazos colgando. Poco a poco me iba olvidando de todo y dejaba que mi
cuerpo tomase el control sobre mi mente cuando noté que una extraña calidez me
llamaba. Empecé a caminar, pero no sabía a dónde. Seguía caminando desorientada
en mi propia casa. El calor era cada vez más intenso. Luego fueron mis rodillas
las que tomaron el control sobre mí, haciendo que me agachase. A continuación
mis brazos se elevaron levemente hasta tocar algo frío, pero aún notando ese
agradable calor. Abrí los ojos y sonreí alucinando.
Me encontraba acuclillada en el cuarto de
baño de mis padres, tocando un azulejo azul. Lo empujé un poquito y cayó en mis
manos. Lo agarré nerviosa y lo dejé en el bidé. Agaché la cabeza y vi un
agujero poco profundo. François se acercó a mí, tenso como nunca, y apoyó la
barbilla en mi hombro. Cogí aire y metí la mano. Tenía miedo por si, como en
las películas, accionaba un interruptor secreto y se abría algún pasadizo
secreto. Pero en un piso de ochenta y siete metros cuadrados era complicado que
hubiese ese tipo de mecanismos. Extendía un poco más la mano y toqué algo
suave, lo agarré y tiré de él. Saqué la mano rápida y miré lo que había cogido:
una bolsita de cuero marrón, casi destrozada por el paso del tiempo, con algo
duro dentro. Miré a François.
-Vamos. Mira a ver si es… No quepo en mí…
-me dijo atento a mi mano.
Sonreí y saqué el objeto duro. El preciado
ámbar, el que todos buscaban, estaba en mis manos. Era cálido, o esa era la
sensación que a mí me daba. Tenía el tamaño de mi dedo meñique, lo que
dificultaba que la pudiese esconder.
Entonces, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
François se dio cuenta y se levantó de un salto. Guardé el ámbar en su bolsa y,
cuando tenía la mano dentro del pantalón, oí un fuerte estruendo al principio
del pasillo.
Salí y Celine estaba empotrada en la pared
del pasillo, justo enfrente de la puerta principal. Se empezó a levantar y me
di cuenta que le colgaba el brazo izquierdo. Entornó los ojos y una sombra se
empezó a por la puerta principal, una sombra bastante deforme. Miró por encima
de mí y gritó:
-Lâche-vous tout de suite d’ici!
No entendí nada debido a los nervios y se
tiró a por el dueño de la sombra. De repente alguien me cogió por los hombros y
me metió a mi habitación. Miré y era François, que extendió un brazo hacia mí,
mirando la ventana. Me imaginé lo que pretendía y me eché para atrás.
-No, no, no… ¡Ni de coña salto por ahí!-
señalé la ventana adivinando sus intenciones.
Se escuchó un nuevo golpe en el pasillo.
François salió disparado a cerrar la puerta para a continuación atascarla con
mi cama. Me miró con los ojos muy abiertos:
-¿Acaso quieres que esos chuchos sarnosos
te arranquen la piel a tiras simplemente por conseguir el ámbar?
Imaginé la escena y me tapé la boca para no
gritar.
Me agarré fuerte a él, me cogió de la
cintura y lo volvió a hacer: cogió carrerilla, saltó y volvimos a salir por la
ventana de mi habitación.
Miré abajo y no me sentí como la vez
anterior. Esa vez me sentía con confianza en mí misma y en la persona que me
llevaba. No me daba miedo escurrirme de sus brazos, pues sabía que en algún
momento u otro me acabaría cogiendo antes de tocar el suelo.
De repente vi que la puerta del armario de
mi habitación salía disparada por la ventana. Me agarré más fuerte aún a
François y la cogió antes de estrellarse con el edificio de enfrente. La dejó
en un balcón, miró de reojo a mi cuarto y descendió en picado. Cerré los ojos,
pues el gélido aire me los golpeaba, secándomelos. Y de golpe, calor y
suavidad.
Abrí los ojos y estaba en un coche donde
los asientos estaban tapizados en terciopelo rojo carmesí. Una capota se cerró
para que el coche se calentase más aún. François me miró y su rostro estaba
contraído, como si algo le matase por dentro. Posó sus fríos labios en mi
mejilla y pasó la punta de su lengua. Me quedé alucinando.
-Nos vemos ahora, reina de mis sueños –dijo
con una sensual voz. Entonces salió corriendo de nuevo hacia mi edificio.
Intenté salir tras él pero, el conductor,
del cual aún no me había percatado, aceleró de golpe, cerrando la puerta.
Miré y era Iván, que
vestía totalmente de negro, con una sonrisa pícara. Miré el cuenta kilómetros e
íbamos a 80km/h en plena ciudad. Rió tétricamente. Disfrutaba poniendo en
peligro decenas de vidas y oyendo insultos dirigidos a él.
Río de nuevo, aún más espeluznantemente:
-¡Esto es lo más parecido a jugar al GTA
San Andreas que he hecho en mi vida!
-¡Está loco! –grité histérica-. ¡¿Qué pasa
con François y Celine?!
Aceleró más aún y me miró a través del
espejo retrovisor:
-Saben cuidarse mejor de lo que te piensas
–entramos en la Gran Vía y fijó la vista en el final-. ¡Échate al suelo y
agárrate!
-¡No! –me cansé de obedecer a todo el
mundo.
-¡Hazlo, coño!
A regañadientes lo hice y me agarré a su
asiento. De repente se produjo un fuerte golpe delante y pisamos algo grande.
Unos segundos después suspiró y susurró:
-Ineptos… -dijo para sí mismo-. Ya puedes salir, Bibi.
-Ineptos… -dijo para sí mismo-. Ya puedes salir, Bibi.
Me senté detrás de él y me sujeté la
cabeza, mareada:
-¿Qué fue eso…?
-¿Qué fue eso…?
-¿Lo primero o lo segundo?
-Todo… -me puse el cinturón y me acurruqué.
-Todo… -me puse el cinturón y me acurruqué.
-Lo primero unos cuantos coches de la
Policía Nacional que creían que me pararían y lo segundo un humano que pensaba
que me daría pena si se ponía en nuestro camino.
Siempre diciendo humanos… Ni siquiera
protesté… Puse la frente contra las rodillas:
-¿Los hemos perdido?
-¿Los hemos perdido?
-Voy con todas las luces apagadas, por lo
que sí.
No quise hablar más. Solo había ido a mi
casa para destrozarla y arriesgar nuestras vidas. Todo en vano, pues no sabía
si mis nuevos hermanos estaban sanos y salvos. Iván echó el brazo hacia atrás y
me acarició la mejilla:
-Deja de preocuparte…
Cerré los ojos y entré más aún en calor.
Tenía la sensación de estar pegadita a la chimenea de los Bourgeois con las
manos cerca del fuego y preparando castañas… En casa siempre nos peleábamos por
la última castaña, aunque casi siempre me la quedaba yo cuando ponía ojitos
adorables a mi hermano. <<Si es que como me voy a resistir a una chica
tan mona…>>- me solía decir y después me la daba con una gesto amable y
sonriendo. Amaba los domingos por la tarde que no había partido en el estadio.
Poco a poco noté como íbamos frenando y
abrí los ojos. Iván aparcó en la parte trasera y me hizo un gesto con la mano
para que esperase. Poco después salió,
abrió mi puerta y me cogió en brazos. Le miré a los ojos y de cerca
imponía mucho más. Caminó y entramos por el salón.
La casa estaba calentita y podría afirmar
que a la misma temperatura que en el coche.
Me dejó despacio en el suelo y le miré:
-Yo… voy a subir a esperar a François…
-dije sin fuerzas.
-Está bien, pero aún le debe quedar un
rato.
-No me importa. Solo quiero estar con
alguien querido… -dije con la voz rota.
Sonrió:
-Ve, pequeña –me acarició la mejilla con
sus largos y finos dedos.
Fui a la escalera y la subí como si llevase
la mochila del instituto. Que horrible sensación…
Entré en la habitación y me tiré a la cama.
Bendita cama de muelles, pero en su totalidad una cama. Me quité los zapatos
con los pies y me desabroché el botón del pantalón, pero noté algo raro e
incómodo en mi trasero. Me toqué el pantalón y cogí el bulto: sonreí de forma
nostálgica al ver la cartera de mi padre, de piel negra, casi nueva. Fue el
regalo que le hicimos entre mi hermano y yo la Navidad pasada. La abrí y en el
portafotos había cinco fotos: una de mi madre, una de mi hermano, dos mías, una
con cuatro años y otra actual, la más grande y especial de todas, una que
hicimos todos juntos a las puertas del Generalife de la Alhambra de Granada.
Bostecé e intenté mantenerme despierta. Me
tapé, saqué de la cartera la foto de toda la familia reunida y dejé el resto en
la mesilla. La miré recordando ese día como si fuera ayer: las grandes
caminatas, las risas, los…
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