domingo, 25 de noviembre de 2012

Carta de esperanza.

Siempre he oído la frase esa de ''no se puede vivir con miedo''; sobre todo la recuerdo en la película Ghost Rider Johnny Blaze (interpretado por mi queridísimo Nicolas Cage) va a saltar, creo, tres helicópteros en memoria de su padre. Cada vez que me dicen esa frase recuerdo esa escena. Yo puedo asegurar que se puede vivir de esa forma. Llevo 19 años así.
Vivo con la idea de saber que tengo una madre que quiere que me muera.
Vivo con críticas constantes entre los de mi casa y mi hermana.
Vivo deseando que todos los días se acaben las seis horas lectivas. Pensaba que estaba entre gente madura y normal. Pero no. Bueno, solo se libra una persona, una chaval que me guía siempre en mis fallidos pasos. Pensaba que también tenía una amiga. Pero no. Pido perdón a las chicas que vayan a leer esto y no se sientan identificadas, pero, no tenía una amiga, tenía una chica que cuando ve un rabo y a un niñato con un Audi se vuelve loca. Palabras duras pero reales. Así es la vida. Están los grandes y a los que chafan los grandes. ¿Me considero de los que chafan los grandes? Quizá sí o quizá no. Quizá sí por el miedo y la cobardía que tengo a todo. Y quizá no porque sé que soy superior a muchos. No me las doy. Lo sé. Lo veo. Lo siento. A cada momento y con cualquiera de mis acciones lo confirmo y lo corroboro.
Vivo... sin él. Esa es la parte que más me duele. Ese vacío en el corazón. ÉL es mi todo. Es un niño con cuerpo de hombre. Es mi única esperanza cada mañana. Es mi sueño. Solo quiero terminar el curso para poder salir de aquí e ir con él, por las buenas o por las malas. Siempre le digo que río de su voz. Pero no me río de su voz por cachondeo. Me río de felicidad. Me río de imaginar que me susurra todas cosas preciosas al oído. Río de imaginar que estoy a nada de pasar el resto de mi vida a su lado. A tu lado. Unos pocos meses más. Sabes que ni yo me creía que fuera a aguantar los dos años de Gestión Administrativa. Solo va a ser uno. Incluso quizá menos.
Solo confío en ti. Solo en mi peluchito jeje.

Te amo, Juan

martes, 6 de noviembre de 2012

3. Revelaciones


    Me desperté entre jadeos y sudando. Abrí los ojos del todo, pero me di cuenta de que me encontraba en una habitación totalmente oscura: estaba echada en una cama, a la derecha había un armario que parecía muy antiguo, a la izquierda una ventana y, debajo de la ventana, un escritorio.
    Me levanté y me di cuenta de que en el lado izquierdo de la cama había una mesilla muy baja con un vaso de leche y un plato con galletas. Mi estómago se reveló y me obligó a comer: las galletas eran las mejores que había probado en años y la leche parecía tan natural... Como si la hubiesen acabado de ordeñar.
    Me arreglé el pelo como pude, me puse una chaqueta que había en la esquina de la cama y salí de la habitación. El pasillo parecía igual de antiguo que la habitación, pero estaba algo más iluminado. De las paredes colgaban pinturas con distintos retratos: en la primera se veían a dos niños castaños con una sonrisa de oreja a oreja, acompañados por un Collie. En la segunda se veía a un chico de unos dieciséis años con un hacha en la mano; tenía el pelo castaño y los ojos azules... Me quedé hipnotizada por esa pintura... ¡El chico del cuadro era igual que François! Me eché las manos a la boca sin dejar de mirar.
    -Es mi tataratatarabuelo.
    Grité horrorizada. François me miraba fijamente apoyado en la barandilla de una escalera que bajaba a otro piso.
    -¡Me has asustado!- dije aún alterada.
    -Lo siento- dijo con una cara que expresaba de todo menos el sentirlo.
    Se le notaba más relajado que de costumbre. Portaba una ropa distinta a la de ayer, una camisa marrón que se le ceñía y unos pantalones bastante desahogados.
    -¿Esta casa es tuya?- le pregunté observando las paredes, que les hacía falta un arreglo, aunque el techo abovedado estaba intacto.
    -Exactamente mía no lo es, es de toda mi familia.
    -¿Cuál es tu apellido? -pregunté con curiosidad.
    -Bourgeois. ¿Por qué lo preguntas?
    -Me lo preguntó a mí el profesor de Inglés- me asomé a una ventana que tenía cerca y solo vi... árboles-. ¡¿Pero tú a donde me has traído?!
    -Ya te lo he dicho, a mi casa.
    -¡Llévame a la mía inmediatamente!- dije fuera de mis casillas.
    Se bajó de la baranda y simplemente dijo:
    -No puedo.
    Comenzó a bajar la escalera y yo, furiosa por no haberme dado una explicación, le agarré y todos los recuerdos de la noche anterior volvieron a mi mente: la discusión con mis padres por el cambio de instituto, la repentina aparición de François en mi habitación, el salir por la ventana y quedarnos suspendidos en el aire y los cánidos del morro brillante aullando a la luna desde el alfeizar de mi ventana.
    Me mareé y caí sentada al suelo con la espalda apoyada en la pared. François se dio la vuelta y me miró de una forma extraña. De repente caí en la cuenta de algo que hubiese deseado no pensar:
    -Lo que llevaban los perros en el morro- dije con la voz quebrada-, era sangre, ¿verdad?
    Entornó los ojos y se sentó a mi lado:
    -Sí.
    Con el corazón a mil por hora me atreví a preguntar:
    -Mis padres están muertos, ¿verdad?
    No dijo nada y un calor tremendo comenzó a recorrerme el cuerpo. Los ojos se me humedecieron y, supongo que para evitar que llorase, me sentó encima de sus piernas y juntó su mejilla con la mía. No lloré, no, pero estaba bastante nerviosa. Mi piel caliente con la suya helada hacía un contraste bastante agradable.
    Pasaron los minutos, o quizá las horas, hasta que me vi en condiciones de mirarle a la cara: me sonreía de una forma muy agradable...
    -¿Estás mejor?-me preguntó.
    Noté la verdadera preocupación en su voz.
    Tuve la gran tentación de besarle, pero no como había ocurrido con JoséRa, que la lujuria había podido conmigo; esta vez lo que sentía era amor.
    Me acerqué lentamente a él y su sonrisa cambió; parecía querer lo mismo que yo.
   
-Bonjour a tout!
    Miré a la escalera y allí estaba Celine de pie.
    François se golpeó la cabeza contra la pared.
    -Tú siempre tan oportuna, hermanita.
    - Pues sí. Es que me encanta interrumpir tus escasas situaciones pornosas.
    Me separé un poco de él y vi que sonreía con un toque de malicia en los labios. Me guiñó un ojo y le dijo a su hermana:
    -Bueno, prefiero tener escasas situaciones pornosas a no tener ninguna.
    Celine cerró el puño, furiosa, y se puso a temblar de rabia, pero de repente paró y sonrió:
    -Iván ha preguntado por ti.
    En ese momento el gesto de François fue de asco:
    -¿Y qué quería?
    -Saber qué haces con tantos humanos.
    -Lo sabe.
    -Sí, lo sabe, pero también sabe que fracasarás.
    -¡Eso no es cierto!- gritó François levantándose de golpe, haciéndome caer de espaldas.
    -Me voy- dije levantándome del suelo, cansada de los dos hermanos que se tiraban al cuello constantemente.
    Pasé por al lado de los hermanos y bajé con la clara idea de irme de esa infernal mansión.
    Al llegar abajo me encontré en el recibidor, el cual daba acceso al salón y a otras dos habitaciones que se encontraban cerradas.
    Abrí la puerta principal y la entrada de la casa se reconocía por una larga fila de árboles que le daban un distinguido toque elegante.
    Salí y el sol me cegó durante unos segundos; la casa tan oscura de los Bourgeois tenía que tener algún efecto secundario. Cuando conseguí ver con normalidad comencé a correr como nunca lo había hecho, adentrándome en el tétrico bosque. Si en el instituto tenía escalofríos de vez en cuando, en aquella ocasión eran constantes. Me quedé paralizada sin por mover ni un músculo de mi frágil cuerpo. De repente, de entre los arbustos, salió un precioso pastor alemán con el pelaje brillante, meneándome alegremente la cola; aunque algo me decía que no me debía fiar del todo de aquel can. Me acuclillé y, de forma muy parecida a como me había ocurrido con François, un montón de imágenes acudieron a mi mente, pero esta vez eran muy distintas: a través de los ojos de alguien pude ver en una primera imagen a Javi, a Ricardo y a JoséRa; en la siguiente vi el portal de mi casa; a continuación unos perros muy parecidos al que tenía delante subían por las escaleras de mi edificio a gran velocidad y, finalmente, mi propia imagen en brazos de François suspendidos en el aire.
    Me levanté horrorizada. ¿Todo es lo había visto el perro?
    Me di la vuelta dispuesta a volver a la casa de François, pero unas tres docenas de perros rabiosos me lo impedían, demostrándome lo afilados que tenían los dientes. Un pensamiento horrible pero muy cierto se me pasó por la cabeza: ‘’¿Acaso yo también voy a morir?’’
    Tenía ganas de dejarme morir, de no sufrir más. Empecé a caminar hacia los perros, dispuesta a que terminasen conmigo y que me despedazasen, pero justo delante de mí apareció alguien que me impedía el paso, y con una mirada fría me tendió la mano. El sol me pudo dejar ver que era un chico de unos veinte años, con un deslumbrante pelo moreno, ojos casi negros y mucho más alto que yo.
    Le miré y su mirada solo reflejaba impaciencia. Pensé que quería que fuese con él pero, ¿por qué me debía fiar de él? ¿Y si me quería hacer daño?
    Lentamente retrocedí y pude sentir el abrasador aliento de uno de los perros en mi pantorrilla. Entonces comprendí que no me iban a atacar, aún.
    De mi pensamiento me sacó la potente voz de François gritándome desde lo alto de un árbol:
    -¡Bibi, confía en él!
    Entonces corrí hacia esa persona que había aparecido de la nada. Me cogió con sus grandes brazos y comenzó a trepar a gran velocidad por el tronco del árbol que me había gritado François. Me dieron ganas de gritar de lo rápido que íbamos, pero eso me dejaría en total ridículo. Aparecimos justo al lado de mi nuevo amigo y me cogió con cuidado entre sus brazos.
    -Llévatela a la casa-dijo el chico moreno con voz autoritaria.
    Y con esas palabras se bajó del árbol. Intenté mirar hacia abajo pero la mano de François me obligó a mirarle a él. Sonrió.
    -Se van a acelerar las cosas.
    -¿Qué?
    Puso mi cara contra su pecho, impidiéndome ver, y noté como se bajaba del árbol y como corríamos a bastante velocidad.
    Paramos en seco pero no aparté la cabeza de él por si volvía a echar a correr.
    -Si estás cómoda te puedo traer una limonada o un trozo de bizcocho.
    Le miré y sonreía burlándose de mí. Levanté la cabeza y observé que habíamos vuelvo a su casa. De repente sentí una punzada en el corazón.
    -Quiero ir a mi casa.
    -No puedes. Está todo atestado de policías. O en su caso perros.
    -No hay-dije muy segura de mí misma.
    -¿Y cómo lo sabes?
    -¡Porque están en el bosque!-dije cayendo de rodillas al césped, abatida.
    Su cara empezó a contraerse, expresando una mezcla de dolor, asco y cautela.
    -Entremos, estaremos más seguros.
    -No...-dije intentando arrancar un montón de hierba-. Estoy cansada de huir... No tengo nada por lo que luchar... ¡Prefiero que me maten!-y las palabras salieron como arrollantes torbellinos de mi boca.
    Su cara volvió a cambiar para expresar ahora sorpresa.
    -Yo... no quiero que te mueras.
    En ese momento la que se sorprendió fui yo.
    De repente la voz de Celine nos interrumpió desde lo alto de la mansión:
    -¡Se ha escapado uno y viene hacia aquí!
    -¡Entremos, Bibi!-me apresuró François.
    Me levanté del suelo con gran esfuerzo. Recorrí con la vista el camino que llevaba al bosque y vi que uno de los lobos había escapado y venía a toda prisa hasta donde estábamos, pero su mirada iba dirigida hacia mí. Sin pensármelo dos veces cogí una piedra afilada y de considerable tamaño y se la tiré, acertando de lleno en la cabeza. El lobo se desplomó y empezó a formarse un chorro de sangre a su alrededor.
    François ya había llegado a la puerta de la casa. Corrí hacia él. De repente me dio un escalofrío. Miré fijamente a François y no se había movido un pelo.
    -¿Qué ocurre?-me preguntó antes de sacarse unas llaves del bolsillo y abrir la puerta principal de la mansión.
    -Pasa. Hay alguien más por aquí-respondí metiéndolo dentro.
    Cerré la puerta y me quedé parada de pie. Tenía el corazón agitado. François no paraba de mirarme. Acercó sus manos a mi pecho, me puse rígida, pero caí en  la cuenta de que su intención era bajarme la cremallera de la chaquetilla y quitármela para colgarla en un perchero el cual no había reparado minutos antes por las prisas. Se volvió a acercar a mí y me cogió de la mano. Me llevó al salón, que estaba presidido por una gran chimenea.
    Cuando estuve dentro vi al chico moreno del bosque sentado en un butacón enfrente de la chimenea. Tenía las manos entrelazadas y los labios apoyados en un anillo con un gran rubí en la mano derecha.
    No sé de donde saqué el valor, pero me acerqué a él. Le miré a la cara y tenía los ojos cerrados. Me arriesgué y le pregunté:
    -Tú eres el que me ha causado el último escalofrío, ¿cierto?
    Abrió los ojos muy rápido y me asusté. Retrocedí un paso y, acobardada, le dije titubeando:
    -Gra... gracias por lo de antes...
    Sonrió y se levantó extendiéndome la mano:
    -Sí, he sido yo. Me llamo Iván.
    Al estrecharle la mano mi cuerpo tuvo una gran sensación de paz, esa que hacía casi un mes que me faltaba. Relajé los hombros y sonreí.
    -Me llamo Bibi-dije con más confianza.
    -Lo sé-dijo con una expresión divertida.
    -¿Sí?- pregunté atónita.
    -Sí, François me ha hablado de ti.
    -¡Ah! Claro, por supuesto... -dije sintiéndome idiota.
    Se levantó del butacón de un ágil salto y se dirigió a un ventanal en el que no había reparado. Apoyó las manos y la cabeza en el cristal dándome la espalda.
    -No tienes a donde ir, ¿no?
    De nuevo me dolió el pecho.
    -No-dije con la voz quebrada, sonándome como la de un desconocido.
    Se giró y me miró sonriendo:
    -Te rogaría que te quedases con nosotros un tiempo hasta que las cosas se calmen. Al menos estarás protegida.
    No supe que contestar de primeras. Todo me resultaba muy chocante, sobretodo la idea de que un desconocido me invitase a su casa. ¿Quizá por pena? ¿O quizá me quería tener allí por alguna razón especial?
    Miré a François de reojo en busca de cualquier gesto o movimiento que me indicase que le parecía bien la idea o que por el contrario le iba a parecer un estorbo. Pero me dedicó una rápida sonrisa, seña suficiente para convencerme.
    -Vale, pero no tengo ni ropa ni mis cosas personales.
    Se acercó a mí y me cogió de las manos, envolviéndolas en las suyas.
    -¡Se me ha ocurrido un plan!-gritó, sobresaltándome-. ¡Esta noche iremos los cuatro juntos a tu casa a por tus cosas!-dijo con el rostro iluminado.
    -¿Qué... cuatro?-preguntó François algo confuso.
    -Bibi, Celine, tú y yo, ¿quiénes sino?-le respondió alegremente.
    -¡Ni en broma!-exclamó Celine desde la escalera. De un salto y varias zancadas apareció a nuestro lado-. Iván, no pienso ayudarla.
    No sé si fue efecto del cansancio, del sol que se colaba por el ventanal o por alguna droga que me hubiesen echado en el desayuno; pero juraría que los ojos de Iván se habían oscurecido de una forma exagerada, quedándose totalmente negros, cuando le dijo a Celine
    -Celine, tú vas a hacer lo que yo mande-volvió a dirigirme su atención. Se agachó un poco para que estuviésemos frente a frente-. No le hagas caso, vendrá esta noche con nosotros-miró a François algo más serio-. ¿Por qué no os subís a tu habitación?
    -Claro. Ven, Bibi.
    Quería ir con él, pero mis manos seguían apresadas por las de Iván. Le miré.
    -Esto...
    Se las miró y me miró.
    -¡Ups! ¡Perdona! No tengo la costumbre de conoces a gente nueva. En verdad desde hace bastantes s... semanas.
    Iván me sonrió, pero esta vez su mirada transmitía segundas intenciones, unas que me parecían bastante malas.
    Cuando me quise dar cuenta François ya estaba en la mitad de la escalera. A paso ligero le alcancé y subimos al piso de arriba para a continuación entrar a la habitación en la que me había despertado.
    Pareció relajarse, dejando los hombros caídos. Se acercó a la ventana, abrió las dos hojas y por fin pude ver la habitación en todo su esplendor: el escritorio no era un escritorio, si no un antiguo buró; la cama parecía sacada de una película antigua, pues el cabecero estaba algo oxidado y a simple vista se veía que el armario tuvo años mejores, le hacía falta lijarlo y una buena mano de barniz. Pero todo aquello me recordaba a una serie que solía ver, en la que durante un momento salió una casa del siglo XIX; lo único que le faltaba para que fuese prácticamente igual era una lámpara de aceite en la mesilla o colgada de la ventana. Miré a François y su ropa también era muy parecida a la que llevaba el protagonista, William. Que irónico...
    Entonces mis ojos se abrieron de par en par cuando François se quitó la camiseta. Se acercó a mí y me rodeó con sus fuertes brazos. De nuevo esa sensación de calor, esa sensación de cariño pero, ¿por qué? Cerré los ojos y tuve la estúpida impresión de que el mundo se paraba para dejarnos paso y que nada nos molestase.
    Se separó de mí, abrí los ojos y vi que me miraba con ternura, como se mira a un dulce cachorrito. Le acaricié una mejilla (que por cierto la tenía perfecta, sin rastro de granito alguno de los que le suelen salir a los chicos con su edad), pero él me devolvió el gesto cogiéndome en brazos y depositándome en la cama. Se puso encima de mí y se arqueó como un gato bufado, pero me sonreía como si quisiera algo. La situación me pareció tan cómica que no pude evitar reírme.
    -Ay... ¡Eres mala!
    -¿Qué le voy a hacer si me haces gracia?
    -¿Tengo acaso cara de payaso?
    -Sí, tienes cara de ser mi payaso.
    Reír muy bajito, casi imperceptiblemente. Se acostó a mi lado y jugueteó con mi pelo. Se lo acercó a la nariz:
    -Que bien hueles...
    De nuevo no pude evitar reírme.
    -Oh, cielos... –acercó su boca a mi oreja-. Que loca que estás, Bibi...
    Oír mi nombre pronunciado por sus labios en aquel momento me puso la piel de gallina.
    -¿Jugamos a un juego?-se separó para mirarme a los ojos.
    -Claro-respondí animada.
    -Preguntémonos libremente lo que queramos.
    -Vale-respondí insegura. Era mi oportunidad para sonsacarle información.
    -Empiezo yo-se me adelantó-. ¿Desde cuándo te ocurren cosas extrañas?
    Empecé a recordar y un montón de imágenes, algunas alegres y otras dolorosas, empezaron a circular por mi mente camino a ninguna parte, pero solo un claro recuerdo se estableció en mi mente:
    -Supongo que desde el último cumpleaños de mi hermano.
    -¿Qué ocurrió?- preguntó francamente interesado.
    -No sé, parecía nervioso. Le picaba todo el cuerpo, como si llevara pulgas y no comía nada de lo que había en la mesa. Parecía tener ganas de echar a correr.
    -¿Qué día fue eso?-dijo levantándose y yendo al buró.
    -El veintidós de septiembre
    Sacó una agenda electrónica y empezó a trastearla.
    -Lo sabía... -se dijo a sí mismo.
    -¿El qué sabías?-pregunté acercándome.
    -Que era luna llena... –apagó la agenda y asomó la cabeza por la ventana. Las piernas empezaron a temblarle.
    -François, me estás asustando... ¿Puedes explicarte mejor?
    Y a una de sus grandes velocidades se acercó a mí y me puso contra la pared.
    -¿No lo comprendes? ¡Uno de los lobos del bosque u otro fue el que mató a tu hermano!-me dio otro empujón, un poco fuera de sí, y tropecé cayendo al suelo.
    Su cara parecía contraerse, lleno de rabia, lleno de dolor.
    -¡¿Aún no lo entiendes?!- ahora fue él el que se acercaba a mí. Yo intentaba alejarme arrastrándome un poco por el suelo, pero era más rápido y ágil que yo-. ¡No son perros ni lobos! ¡Son...!
    -...hombres-lobo –terminó la frase Celine desde el pasillo-. O más comúnmente conocidos por los humanos como licántropos, aunque la mayoría que hay allí son una estafa.
    Comencé a temblar: sensaciones constantes de frío y de calor iniciaron una lucha en mi cuerpo con la meta de hacerme sufrir. Todo se me empezó a bloquear, impidiéndome ser una persona normal: no conseguía ver ni oír cosa alguna. Todo me parecía espantoso. De repente todos los sentidos acudieron a mí y, con una rapidez igual o mayor a la de François, corrí hacia Celine y la golpeé en la cara, haciéndola caer. Una sensación de rabia me obligaba a pegarle, pero ella no parecía inmutarse.
    Entonces me sorprendió diciendo:
    -¡Oh! ¡Sí! ¡Qué sensación de placer! ¡No pares! ¡Sigue!
    A pesar de esas palabras tan extrañas y de que mi subconsciente me decía que parase porque era inútil hacerle daño, seguí.
    Algo me paró y me elevó: giré la cabeza y vi que François me había cogido por las axilas y me había separado de su hermana.
    -Mi pequeña fiera, tranquila...-me dijo al oído.
    Celine rompió a reír y mientras decía:
    -¡Dios! Si pensabas que me ibas a hacer daño es porque eres más ingenua de lo que imaginaba.
    -Pero se ha movido rápido-objetó François.
    -¡Sí! Si tuviera corazón se me hubiese acelerado-dijo llevándose la mano al pecho-. Humana...
    -¡Bibi! ¡Me llamo Bibi!-volví a irritarme.
    -Sí... Humana, Bibi... Te has dado por aludida, ¿no? Bien, a lo que iba. Esta noche vamos a ir a tu casa por orden de Iván, no te creas que me apetezca ir a algún lado contigo. Si tardas se percatarán los lobos y se puede montar un pifostio en tu casa en el que puedes salir herida. Así que solo coge lo esencial: ropa, cosas de aseo, dinero, un peluchito por si necesitas abrazar algo cuando duermes... -su sonrisa malévola me indicó que me quería dejar a la altura del betún.
    Mi cabeza empezó a toda máquina como hacía meses que no lo hacía:
    -Hoy es veintidós de octubre...
    -Bien-me asintió como a los tontos-. Veo que aún sabes a que día estamos. ¿Quieres un premio?
    Resoplé:
    -¡Hoy es Luna Llena! ¡Van a ir a mi casa seguro!
    -Por eso mismo he dicho que te vas a tener que dar prisa.
    -¡¿Tanto insultarme con que soy humana y no lo pillas?! ¡No tendrán lo que hay que tener para transformarse de día en pleno centro de la ciudad!
    François sonrió sorprendido:
    -Estás en racha.
    Celine apretó fuertemente los dientes y abrió bastante los ojos sin creer aún lo que sus oídos habían captado. Estaba enfadadísima. Si hubiese sido un dibujo animado le hubiese salido humo por las orejas como una tetera. Me sonrió de forma muy... bueno... muy a su forma:
    -Has ganado esta batalla, pero no la guerra. Yo que tú no bajaría la guardia.
    La mirada de François se me estaba clavando en la coronilla. Me giré y su mirada estaba perdida en algún lugar al que yo no podía acceder. De repente me miró:
    -Una pregunta.
    -Me tocaba a mí-le reproché.
    -Es urgente, mi alma-dijo impaciente.
    -Vale, dile-cedí.
    -¿Sabes si en tu casa hay alguna joya familiar?
    -Pues... No lo sé... -dudé-. Pero muchas veces oía como mi madre levantaba una losa de su cuarto de baño-callé durante unos segundos-. ¡¿No iréis a robarme?!
    -No -me respondió François. Puso una mano en mi espalda y me pegó a él, para a continuación besarme en pelo pero, por muy raro que me pareciese, no sentí nada de vergüenza porque estuviese Celine; es más, me sentía de maravilla por la escenita-. Ahora en un rato iremos a tu casa. Mas pienso que es mejor ir antes a comer algo.
    -Hermanito-interrumpió Celine-, yo estoy a dieta.
    -Y yo-dijo él, pero la acompañaremos igualmente.
    De repente escuché una canción que me sonaba mucho y a los pocos segundos reconocí la voz de Huecco saliendo de mi móvil, pero yo no llevaba el mío.
    -¿Ese es mi móvil?-pregunté al menor de los Bourgeois.
    -Sí.
    -¿Y qué hace aquí?
    -Me tomé la libertad de traerlo anoche-se lo sacó del bolsillo y me lo dio.
    Miré en la pantalla y vi que era Espe. Le di al botón verde y la oí llorar:
    -¡Espe! ¿Qué te pasa?
    De repente todo fue silencio.
    -¿Bibi? ¿Estás viva?
    -Claro, tonta. Aún no saben imitar mi voz.
    -Es que... en el telediario de las dos... han dicho que todos los de tu casa habíais...-se calló. Yo también callé.
    -Tranquila, yo estoy perfectamente-rompí esa situación tan difícil para las dos.
    -¿Dónde estás?-se sorbió los mocos.
    François me arrebató el móvil y retuvo la llamada.
    -No le digas dónde estás ni con quien. Y dile que no le diga a nadie que estás viva, ni siquiera a tus otros amigos.
    -Vale, descuida.
    Cogí el móvil, volví a activar la llamada y de golpe Espe me gritó:
    -¡Dios, mío! ¡Qué bruta eres!-me cambié el móvil de oreja y me rasqué la dolorida-. Oye... –vacilé-. Que digo que no te puedo decir donde estoy... Ni con quien... Y no le digas a estos que me has llamado, bueno, que te he contestado...
    -No. Si tú piensas que es lo mejor no te voy a insistir- estúpidamente sonreí sola.
    La voz de Celine, como siempre, interrumpió mi conversación:
    -¡Ohhh!-dijo dramatizando-. ¡Esta conversación es demasiado emocionante para mí!-ironizó-. Me voy-dijo ya con su todo seco y con asco-. Adiós- y oí como bajaba las escaleras a paso apresurado.
    -¿Quién era esa?-preguntó Espe.
    Volviendo a ella respondí:
    -Nadie importante.
    -Bueno, si tú lo dices... ¡Ah!- dijo efusivamente-. ¿Sabes que quedé ayer con Fer?
    -¿Sí?-dije con más entusiasmo del que sentía en verdad.
    Seguro que os preguntáis que quién es Fer. Veamos... Algo que no os he contado es que me encanta el fútbol y desde que tenía unos ocho años soy socia del equipo local. Iba siempre con mi padre y con mi hermano. Me acuerdo que los primeros partidos siempre estaba molestándolos, preguntándoles que quién era cada jugador, que por qué había señalado eso el árbitro... El caso es, que estando en primero, a Espe le empezó a gustar el equipo y quería venirse, pero solo teníamos tres carnés. Mi padre conocía a uno de los directivos y le pidió que si podía darnos entradas para la tribuna; y él aceptó encantado. Pero como en esa época teníamos las hormonas muy revolucionadas nos bajábamos al lado del banquillo a ver como calentaban los jugadores, entonces se fijó en un utillero: el chaval era bajito, de más o menos la altura de Espe (1,60);  con el pelo siempre revuelto(al menos ahorraba en gomina); ojos marrones bastante curiosos y, algo que a mí no me gustaba para nada y a Espe le encantaba, aparato dental. Y mi gran amiga se enamoró en ese momento.
    >>Un día estaba muerta de aburrimiento en mi casa, con el PC encendido, y se me ocurrió la brillante idea de meterme a la página web del Club. Vi las noticias sobre los lesionados y me metía a ver cosas de los jugadores uno por uno. Cuando terminé con todos miré en la parte superior y leí ‘’Cuerpo de Utillerería’’ pinché y... ¡Bingo! Fernando de la Rosa Pascual. Nacido en un pueblecito de los alrededores y... Dios... 5 años más que nosotras... Después de eso me metí al Tuenti y se me ocurrió la idea de ver si tenía, y efectivamente tenía; lo agregué y esperé. Ya por la noche me volvía a conectar y tenía una notificación de que me había aceptado. Estuvimos un buen rato chateando y me pareció buen tío. De casualidad me llamó mientras Espe y se lo conté todo. Me dijo que quería agregarlo al MSN. A cada uno le di el del otro, empezaron a hablar y... bueno... se volvieron muy buenos amigos.
    -¡Sí!-me dijo Espe-. Oye, mañana no vamos al partido, ¿no?
    -Tía, a mí me apetece...
    -Pues vayamos-dijo François sorprendiéndome.
    Le miré y me sonreía.
    -¡Venga Bibi! ¡Dime con quién estás!-quiso saber mi amiga.
    -Mañana le verás-dije intentando cambiar de tema.
    -Sí, pero como no le lleves me vas a conocer.
    -Sí, mucho de boquilla y luego las palabras se las lleva el aire.
    -No me provoques...
    -Bueno, que mañana nos vemos en la puerta dieciséis.
    -Vale, cuídate, Bibi.
    -Tranquila, tengo a alguien que ya lo hace.
    -Lo sé... ¡Adiós!
    -Adiós, Espe...-dije con la voz apagada.
    Como fue ella la que colgó me quedé escuchando el triste pitido que hacía el teléfono. Siempre me pasaba. Supongo que era un gesto de que extrañaba a la persona. Miré al suelo con los ojos entornados. Me sentía tan sola... Solo tenía a François y a Espe, y a encima a ella le ocultaba cosas. Eso no se les hacía a las verdaderas amigas.
    Un nuevo escalofrío me recorrió el cuerpo. Miré a la puerta y no había nadie; segundos después apareció Celine alterada:
    -¿Qué pasa?- preguntó François, aún a mi lado.
    -¡El libro ha desaparecido!
    François se acercó a su hermana a paso ligero:
    -Pero... ¡Eso es imposible! ¡Los libros no tienen alas!
    -De este libro no te puedes fiar.
    La conversación ya se estaba poniendo muy absurda. Miré el móvil y ya marcaba las tres de la tarde.
    -François, vámonos-exigí.
    -Pero tenemos que encontrar el libro, es importante.
    -Si el libro es listo volverá él solito-dije tratándolo un poco como a los locos.
    François abrió la boca para protestar pero la cerró para guardarse sus palabras. Celine se apoyó en el marco de la puerta:
    -Tienes razón hu... Bibi. Yo también pienso que volverá. Vayámonos a la ciudad.
    -¿A cuánta distancia estamos de la ciudad?-pregunté con curiosidad.
    -A unos quince kilómetros-dijo François-. A un kilómetro hay una parada de autobús que termina el trayecto en la estación de autobuses. Está cerca de tu casa, ¿no?
    -Sí, a cinco minutos.
    François se puso la camiseta y espectáculo para mi vista se acabó. Se dio cuenta de que le miraba y me sonrió dulcemente. Celine nos echó una fugaz mirada a los dos y se bajó. Hoy en día aún pienso si lo hizo adrede para dejarnos tranquilos. François cerró la puerta con la pierna y nos volvimos a quedar a solas. Con sus manos puso las mías en sus hombros. A continuación las  suyas fueron a parar a mi cintura, firmes pero sin molestar; después, por debajo de mi camiseta las puso en la zona de mis riñones.
    Sus labios presionaron levemente mi frente:
     -Si te pasa algo hoy me habré quedado sin nada por lo que luchar en esta vida-dijo echándome su gélido aliento.
    Me separé un poco y le miré a los ojos:
    -No me va a ocurrir nada mientras estés a mi lado.
    Se separó, me tendió la mano y me sonrió:
    -¿Bajamos, mi lady?
    Le cogía la mano e hice una reverencia, aguantándome la risa:
    -Encantada, mi lord. Aunque permítame decirle que usted está muy mal de la cabeza
    -Yo nunca lo he desmentido y otros dicen que soy una creación de Caroll y Burton -y con eso descendimos las escaleras.
    Abajo Celine estaba sentada en el sillón que antes había ocupado Iván, con un ordenador portátil en las rodillas. Sus finos dedos se movían a tal velocidad que en ocasiones desaparecían de mi visión.
    -Ya estoy acabando-dijo sin girarse.
    -¿Cómo has sabido...? –intenté preguntar.
    -¿...que estabais detrás de mí?-terminó mi pregunta-. Porque tus pisadas son completamente similares a las de una estampida de elefantes.
    La sangre comenzó a hervirme y me sentí realmente rabiosa.
    -Celine... ¡Para de putearme!
    Y conforme la última palabra salió de mi boca, la cristalería de los Bourgeois estalló en mil pedazos.
    -Oh, mon Dieu!-dijo Celine como si le hubiesen hecho el mejor regalo de su vida.
    -C’est magnifique... –expresó François sacudiéndose trozos de cristal que se le habían adherido a la ropa.
    -Esto es una mierda-rompí el momento bonito de los dos hermanos.
    -¿Se lo vas a contar, Fran?-preguntó Celine dando pequeños saltitos. Todo lo adulta que se hacía para insultarme, se esfumaba cuando hacía cosas así.
    -Sí, cuando vayamos a la parada.
    -¿Contarme el qué?-pregunté.
    Me soltó y fue al perchero a ponerse la chaqueta.
    -Porque eres tan especial.
    -¿Especial yo?-pregunté sin entender nada.
    Celine apagó el portátil y lo dejó cargando en el sofá. Salió rápida de casa, sin darme cuenta de ello. Ya me tomaba a broma todo eso de la velocidad. Prefería no calentarme la cabeza con cosas que iban a ser. François movió sus ojos en dirección a la puerta, indicándome silenciosamente que saliese. Obedecí, me siguió, cerró la puerta tras él y echó la llave, para guardársela después.
    En uno de sus arranques de velocidad llegó en dos segundos al bosque. Tuve que correr para poder alcanzarle y no quedar como lenta. Llegué con la lengua fuera y empezó a reírse, pero no dijo palabra alguna. Comenzó a andar a mi paso y nos adentramos a lo más profundo del bosque. No había rastro de los lobos, pero la hierba y los matorrales estaban revueltos y manchados de sangre. Aceleré el paso para no ver aquella imagen nada agradable y me puse a la altura de François.
    -Yo... siento lo de la vitrina-dije para romper aquel silencio tan infernal.
    -No importa. ¿Por qué crees que ha ocurrido?
    -Científicamente-saltamos un árbol caído- diría que ha sido cosa de mi timbre de voz, aunque... yo creo mucho en la magia, y más desde que te conozco.
    Sonrió satisfecho:
    -Decántate por la magia.
    -Tengo algo rondándome por la cabeza.
    -Di.
    -Si todos existimos porque tenemos, por así decirlo, alguien con quien enfrentarnos, ¿por qué existen los licántropos?
    Volvió a sonreír más ampliamente:
    -Tu mente es prodigiosa. La respuesta a tu pregunta es que sí tienen rivales.
    -Los vampiros, ¿no?-dije irónicamente.
    -¿No lo crees?
    -No-dije saltando un pequeño riachuelo-. Mira, amo los libros, cómic, series de televisión y todo lo relacionado con el mundo de los vampiros; pero de ahí a que existan hay un buen trecho.
    -Sí, puede que tengas razón-pareció pensar algo-. ¿Te cuento una leyenda francesa?
    -Claro, me encantaría oírlo. Por cierto, ¿queda mucho?
    -No, muy poco. La leyenda cuenta que cada muchos siglos, el alma de un guerrero se reencarna en el cuerpo de una joven para parar la eterna lecha entre vampiros y licántropos.
    -¿Pero una sola persona puede hacerlo?
    -No va sola, tiene a su lado a otro guerrero, elegido por ella y, a parte, magia. Dentro de una gema, un ámbar, guarda la fuerza de los cuatro grandes espíritus de la naturaleza: fuego, agua, tierra y aire.
    -Vaya... Suena bien... –moví la rama de un árbol y aparecimos en la autovía. Justo a la derecha se encontraba la parada, en la que Celine estaba tumbada. François me cogió de la cintura y me besó de improvisto; le seguí el beso, aunque me notaba nerviosa. Se separó lo justo para mirarme a los ojos, me acarició el pelo y me susurró al oído:
    -No te voy a comer si no quieres.
    Esta vez fui yo la que le besé, pasando mis brazos por su cuello y atrayéndolo hacia mí. Nunca antes me había sentido tan única e importante para alguien. Todo aquello parecía un sueño, pero todos los sueños se acaban con la voz de una estúpida:
    -El autobús...-dijo Celine señalando al bus que estaba tomando la curva a pocos metros.
    Me separé rápida de François. La acción le hizo sonreír y reírse de mí.
    Me eché las manos a los bolsillos en busca de dinero pero no llevaba ni una moneda.
    -François... No tengo con qué pagar.
    Celine se levantó y su hermano me ignoró. El autobús llegó y François me empujó dentro. Celine me cogió de la mano y tiró de mí hasta llegar a los últimos asientos mientras François pagaba.
    Me senté y Celine a mi lado, quien no paraba de quitarme ojo:
    -No me caes mal, solo que no estoy acostumbrada a juntarme con la gente.
    El bus se puso en marcha y François vino a donde estábamos. Se sentó a mi otro lado, de modo que me quedé en medio. Eché la cabeza sobre el hombro del François, aunque me costaba ponerme cómoda, pues lo tenía muy duro. El chofer subió el volumen de la radio y las noticias atrajeron mi atención:
    -¿Hay nuevas noticias sobre la masacre en el número cinco de la calle Sol, Sara?
    -Mi calle... –dije con un hilillo de voz. François me besó el pelo.
    -Sí, Álvaro-seguí la locutora-, pero noticias muy extrañas: al parecer esta, mañana han desaparecido los cadáveres después de un fuerte forcejeo. Los cuatro agentes atacados han declarado que fueron criaturas peludas y de gran tamaño. En estos momentos se les están realizando distintos estudios psiquiátricos.
    -¿Y se sabe algo de la benjamina de la familia Nicolás?
    -No, aún no.
    -Pobre chica... -se le escapó al locutor-. ¡Y pasemos al tiempo! ¿Lisa?
    -Claro, Álvaro. Esta tarde en la Región...
    Mis oídos quisieron dejar de escuchar, ya se habían cansado de pasar malas noticias a mi cerebro. Tenía ganas de llorar, pero, ¿para qué? No valía la pena. En prácticamente un mes lo había perdido todo, no me quedaba absolutamente nada.
    -François-dije con la voz algo quebrada.
    -Dime, ma fille.
    -Creo... que me voy a entregar...
    La cara de François se puso más pálida que de costumbre y se quedó totalmente inmóvil. Celine giró la cabeza desanimada y miró por la ventana:
    -¿Se lo has contado, hermanito?
    -No del todo. No me creería.
    -Todo lo que tú me digas me lo voy a creer-intervine.
    -¿Segura?-dijo cogiéndome de las manos.
    -Claro, cuéntame.
    Cogió aire y habló inseguro:
    -¿Te acuerdas de la leyenda que te he contado en el bosque?
    -Sí, la de la chica.
    -Pues... resulta que esa chica eres... tú.
    Cerré los ojos fuertemente evitando que los ojos se me humedecieran:
    -No estoy para bromas.
    -Hablo en serio.
    -Por favor, soy idiota, pero no hasta tal punto.
    -¿Por qué crees que te he preguntado lo de la joya?
    De repente me di cuenta de que decía la verdad. Abrí los ojos:
    -Sinceramente-dije algo mareada y moviendo la cabeza sin querer-, ¿piensas que yo podría para a los licántropos y a los vampiros?
    -De hecho ya lo estás haciendo-y me cogió suavemente de la cabeza.
    -¿Qué?-pregunté sin entenderlo.
    -Ahora no es el momento de hablar- dijo echando la vista al chofer.
    -Vale, pero me debes una explicación.
    -Tranquila, la tendrás.
    Me cogió y me sentó en sus piernas. Me apartó el pelo de la nuca y me la besó. Celine se levantó y se puso en los primeros asientos. Otra vez solos...
    Apoyé la cabeza en su hombro y le miré.
    -Bibi-me dijo muy bajito.
    -Dime.
    -Esto se va a poner muy peligroso. Cuando quieras abandonar dímelo.
    -No te voy a abandonar-le besé en la mejilla. Sonrió y me correspondió dándome un pico. No pude ver mi cara, pero por la sonrisa en la de François, la mía tuvo que ser ridícula.
    -Gracias, preciosa-me abrazó y puso sus manos en mi tripa.
    Cobijada por el Sol y por los fuertes brazos de mi querido amigo, me quedé totalmente dormida.
    Pasó un largo rato hasta que me desperté, notando un oído molesto. Me giré y vi que François me estaba soplando en la oreja. Me la besó y dijo:
    -Estamos casi.
    Me levanté, me estiré y me senté a su lado.
    -Lo siento, estaba agotada-dije. A continuación no pude reprimir un bostezo-. Lo siento de nuevo.
    -Tranquila, coge fuerzas. Nunca se sabe lo que te puedes encontrar a la vuelta de la esquina.
    Miré por la ventana y observé que estábamos a punto de llegar a la estación de autobuses. Celine volvió con el semblante serio.
    -Tienen la zona rodeada-dijo cogiéndose a una barra.
    -¿Quiénes? ¿Policía?-pregunté ingenuamente.
    -No, los amiguitos de José Ramón.
    Suspiré. Puede que François tuviera razón en eso de que las cosas se iban a poner feas, pero prefería no pensar en ello y vivir el momento, aunque fuese a allanar mi propia casa...
    -¡Eh!-dijo Celine chasqueando los dedos muy cerca de mis ojos, sacándome de mi pequeño estado de ausencia.
    -¿Eh?-dije algo distraída.
    -Uy... Miedo me da que tú seas la portadora...
    El autobús entró a la concurrida estación. Me levanté y me aproximé a la puerta de salida algo rápida, impaciente. Si creía Celine que iba a seguir diciéndome lo que le diese la gana, la llevaba muy cruda; ya me había hartado.
    La puerta se abrió, bajé de un salto y empecé a caminar a mi casa. No me hizo falta girarme para saber que quien me había cogido del hombro era François.
    -Espera... ¿A dónde vas?
    -A mi casa-susurré y me paré-. Voy a comer a mi casa.
    Celine llegó a donde estábamos y me miró sonriendo:
    -Siento haberte dicho eso.
    Ese día ya estaba bastante estresada, y me daba rabia, pero estaba culpando de todo a Celine.
    Suspiré:
    -Mira, no quiero que te disculpes por quedar bien o porque te lo haya dicho tu hermano. Si no te sale del corazón, olvídame.
    A mis espaldas se rió. Resoplé fuertemente y seguí caminando, mirando al suelo, solamente levantaba la vista levemente para mirar a los semáforos. No me hacía falta girarme para saber que los hermanos Bourgeois me seguían. Llegué a mi portal y la puerta estaba extrañamente abierta.
    Entré despacio y no se oía ni un alma, lo que me parecía más extraño aún. Llamé al ascensor y bajó muy lentamente, como siempre. En cuanto estuvo en la planta baja, abrí, cogí a François de la mano, tiré de él y entramos. Le di al botón para subir a la quinta planta, la mía, y las puertas se cerraron. Me erguí y me empecé a encontrar bastante mal, como cuando vas al médico a que te confirme que tiene cáncer, esa misma tensión esperando la mala noticia que te sentenciaba, pues algo parecido... Rebusqué en mis bolsillos las llaves de casas, temblando. Me mordí el labio deseando que jamás llegásemos, pero sabía que eso era imposible, y más cuando el estridente pitido de la cabina nos avisó de la llegada a nuestro destino.
    François cerró los ojos con cara de concentración, como si pudiese ver a través de las puertas, me cogió de las muñecas, abrió los ojos y se los noté más claros de lo normal. Ya alucinaba... Intenté soltarme:
    -¿Qué haces?-dije elevando un poco la voz.
    Con una de sus manos consiguió cogerme las mías y con la otra me tapó la boca. Me hizo mirar al cristal translúcido y vi que una sombra se acercaba para abrir la puerta y descubrirnos. La había fastidiado por completo... Todo se iba a ir al garete y todo por una niñería... Deseé con todas mis fuerzas que la persona que había al otro lado desapareciese. El tipo del otro lado empezó a abrir la puerta y en vez de una mano vi el cañón de una pistola. François me apartó y se puso entre ambos. El del otro lado de la puerta siguió abriendo la puerta y pude ver una mano algo peluda, por lo que reconocí que era de un hombre, y la manga de una camisa blanca.
    Me pegué a François y me acerqué a su oído:
    -Lo siento...-conseguí decirle con un fino hilo de voz.
    Entonces, el hombre y su arma fueron arrastrados desde fuera.
    Me quedé paralizada sin poder creérmelo y mi amigo rió como un pequeño lunático. Me abrazó levantándome del suelo sin ningún esfuerzo y me besó muy lentamente... Era maravilloso...
    -La suerte se pone de nuestra parte de nuevo-me dijo a escasos centímetros de mis labios. Me besó en la nariz y me bajó al suelo.
    Salió del ascensor, ya totalmente confiado, y me sujeto la puerta. Salí y le hice una pequeña reverencia como agradecimiento. Me estaba volviendo muy amable con él. Supongo que era debido al cariño que le estaba cogiendo. Era mi todo en ese momento y no lo podía dejar escapar. Salí relajada, sabiendo que el peligro había pasado, al menos por ahora.
    La puerta de mi casa estaba cerrada y con una cinta policial que impedía el paso de forma diagonal. François se puso de puntillas y separo la parte de arriba.
    -Apúrate, que puede salir alguien-dijo rápido, atento a cualquier movimiento ajeno a los nuestros.
    Afirmé, saqué las llaves de casa, introduje la más rara en la cerradura y la giré dos veces a la izquierda. Cogí aire y empujé la puerta. Todo estaba muy oscuro... Nada más introduje un pie en el piso noté un escalofrío a mis espaldas. Me giré algo alterada y vi a Celine bastante sonriente.
    Me empujó adentro:
    -¡Vamos! ¿Acaso te doy miedo?
    Toqué la pared bastante nerviosa, con miedo a lo que me pudiese encontrar. Le respondí como había tenido que aprender:
    -No, más bien  me das repelús... -encontré el interruptor de la luz, le di y no había rastro de pelea, excepto por los trozos de yeso que faltaban en la pared y en el techo, con marcas de garras de distinto tamaño.
    Me tapé la boca, notando algo de nauseas, y fui corriendo a mi habitación. Cerré la puerta y me apoyé en ella procurando no imaginar lo que había sucedido en mi hogar la noche anterior; la noche maldita.
    Me calmé y me senté en la cama. Cogí mi almohada y la olí. Olí a pureza... Olía a esperanzas... Aunque, dejando de ser metafóricos, olía a mi perfume de mora. Iba a ser una de las cosas que me llevase.
    Me levanté y empecé a echar las cosas que no pensaba dejar allí ni de bromas, puesto que no sabía cuando iba a ser la próxima vez que volviese: mi caja de perfumes y esmaltes de uñas; mi caja de fotos, que hay algunas que Dios quiera que no salgan nunca de ahí; mi querida bufanda del Real Murcia, la única superviviente de las tres que me consiguió mi padre; mi juego de mesa Trivial Pursuit, que siempre era apalizada por mi hermano...; la vieja Nintendo DS, que la pobre ya no tenía ni micro ni wi-fi, y sus correspondientes juegos; el ordenador portátil familiar, que siempre estaba en mi poder y que no creía que le quedase mucho tiempo de vida puesto que ya llevaba un año bailando la pantalla; mi libros de texto y, por supuestísimo, mi colección de libros de vampiros de Charlaine Harris y de Anne Rice. Me puse a contarlos y a calcular y me salía unos trescientos euros en libros. Mi padre siempre decía que ‘’no hay mejor manera de gastar el dinero que en un buen libro’’. Cuánta razón tenía... Acaricié ‘’Muerto para el mundo’’ y cerré la colcha con un nudo. Intenté pensar qué más me quedaba y fui a la habitación de mis padres.
    Encendí la luz y todo estaba normal. Sonreí maliciosamente, con un toque de nostalgia, quité el cuadro de la patrona de la ciudad, lo abría por detrás y allí estaba: el sobre con la recaudación de los dos últimos meses. Me guardé el dinero en el pantalón y busqué la cartera de mi padre. No estaba por ningún lado... Era rarísimo... Siempre la dejaba en el primer cajón de la cómoda, pero allí solo estaba su pañuelo bien dobladito y sus llaves. Me di por vencida y fui a la cocina a tomar algo. Miré al lavadero y... ¡bingo! El pantalón de mi padre a punto ser echado a lavar. Saqué todo lo que llevaba y conseguí más dinero, su cartera y las llaves del coche, aunque no sabía para qué las quería si probablemente no hubiese sabido arrancarlo. Puede que François, mi amigo experto en pequeños delitos, supiese conducir.
    Fui a salir de la cocina y escuché una puerta abriéndose, a continuación unos pasos y, por último, un aullido. Me helé. No podía contemplar la idea de que se hubiesen colado de nuevo en mi casa una manada de chuchos pulgosos. Cogí el cuchillo jamonero y salí corriendo al salón, que era de donde procedían los ruidos: entré con el cuchillo en alto y lo único que vi fue a Celine trasteando mi equipo de música. De los altavoces empezaron a salir sonidos de los años ochenta. Dejé caer el cuchillo al suelo y me apoyé en el sillón. La miré con más desprecio que nunca.
    François entró algo acelerado:
    -¿Queréis estaros quietas? Si nos oyen no dudarán en llamar a la policía y no quiero más problemas.
    A Celine pareció entrarle por un oído las palabras de su hermano y salirle por el otro porque sacó el vinilo del tocadiscos, lo asomó por la ventana y empezó a lanzarlo al aire y a cogerlo.
    -¿A que sería divertido que se me resbalase de las manos?-dijo entre risitas.
    Me erguí y la miré con más ira que nunca: notaba que la sangre me ardía dentro de las venas, desando que actuase.
    Me acerque a ella y la cogí del cuello, apretando con una fuerza que no conocía:
    -Mi padre con diecisiete años se fue a Santa Bárbara-empezó a meter el brazo, mirando de reojo que nada lo rozase- y durmió un mes en la calle-terminó de meter el brazo y dejó el vinilo en la mesa- hasta que el Dios que canta ahí-le giré un poco la cabeza para obligarla a mirar la pegatina que ilustraba el vinilo y su bello rostro- pudo firmárselo. Cuando se dio cuenta de que mi padre estaba con cuarenta grados de fiebre- estampé su cabeza contra la pared y  como algo de polvillo caía de la pared. Juraría que durante una fracción de segundo vi miedo en sus ojos- por haber estado a la intemperie todo ese tiempo, lo acogió en su mansión durante una semana y media hasta que por fin estuvo recuperado. Luego le pagó el viaje de vuelta a España y justo antes de coger el vuelo se hicieron esta foto- saqué del vinilo aún sin soltarla una foto de mi padre con el hombre con voz de ángel- y se la envió por correo al día siguiente. Y ahora mi pregunta es... ¡¿Quién coño te crees que eres tú para borrar el pasado de mi padre?!- la tiré al suelo, calmándome con ello.
    Me miró y se fue echando para atrás hasta que se topó con el sofá con la espalda y tuvo que ponerse en pie. Miró al suelo y empezó a hablar titubeando:
    -Yo... mejor salgo afuera a... a vigilar... – y a paso ligero salió de la casa y cerró flojito.
    Suspiré y guardé el vinilo y la foto en la funda. La miré y se me volvió a encoger el corazón como con mis padres y hermano. Echaba de menos a ese ángel... En pocos años se habían ido al Cielo grandes personas y él era una de ellas. No creo en nada que no pueda ver con mis propios ojos, pero si de verdad existe un lugar en el que está las personas buenas, él debía estar allí sin ninguna duda.
    Cogí todos sus CD’s y sus vinilos y los puse con mucho cuidado en el sofá que tenía funda. Miré el salón y sonreí. Lo único con valor sentimental que quedaba allí eran las filmografías de Johnny Depp y Tim Burton, a excepción de Batman. Sin darme cuenta ni acordarme de él, François cogió Dark Shadows, una de las más recientes y probablemente una de mis favoritas debido a la mezcla de Johnny, Burton y el toque vampírico. Le dio la vuelta y leyó la carátula, dejando asomar pequeñas sonrisas de vez en cuando. Empecé a dejar las películas junto a los CD’s y acto seguido me ayudó con el mismo cuidado que lo había hecho antes.
    Nos quedamos mirándonos cuando dejamos nuestros respectivos montones de pelis. Sus ojos estaban más oscuros de lo normal, algo que era casi hipnótico, desconcertantemente. Me acerqué a él, sumamente atraída, sin poder controlar mi cuerpo. Pero de golpe se retiró. Me quedé súper cortada y muerta de la vergüenza. Sonrió y suspiro. Se sacó el móvil del bolsillo y empezó a teclear rápido en un NOKIA bastante antiguo que, si no recordaba mal, era el mismo que el primero que tuve. En menos de un minuto me volvió a mirar.
    -Tenemos una hora para encontrar el preciado colgante antes de que venga Iván- se acercó con su habitual rapidez y me besó. No me dio tiempo a reaccionar cuando me vi en volandas en sus brazos.
    Salimos al pasillo y le agarré del cuello, simplemente por instinto. Estiró el cuello con cara de sufrimiento fingido:
    -Canija, me ahogarás si no aflojas.
    -No me fío de volver a salir de nuevo por la ventana...
    -No haría algo así de día. Soy responsable de mis actos, no como otras personas. Bien, y ahora... – me bajó al suelo- ...intenta recordar donde oías que tu madre oía una losa.
    Cerré los ojos, intentando concentrarme. Solo venían a mi mente imágenes y sonidos de hace unos meses, estando yo en mi habitación y escuchando ruidos extraños al fondo del pasillo, pero sin poder identificar lo que eran. Que inútil me sentía... Dejé todo el peso en los pies, con los brazos colgando. Poco a poco me iba olvidando de todo y dejaba que mi cuerpo tomase el control sobre mi mente cuando noté que una extraña calidez me llamaba. Empecé a caminar, pero no sabía a dónde. Seguía caminando desorientada en mi propia casa. El calor era cada vez más intenso. Luego fueron mis rodillas las que tomaron el control sobre mí, haciendo que me agachase. A continuación mis brazos se elevaron levemente hasta tocar algo frío, pero aún notando ese agradable calor. Abrí los ojos y sonreí alucinando.
    Me encontraba acuclillada en el cuarto de baño de mis padres, tocando un azulejo azul. Lo empujé un poquito y cayó en mis manos. Lo agarré nerviosa y lo dejé en el bidé. Agaché la cabeza y vi un agujero poco profundo. François se acercó a mí, tenso como nunca, y apoyó la barbilla en mi hombro. Cogí aire y metí la mano. Tenía miedo por si, como en las películas, accionaba un interruptor secreto y se abría algún pasadizo secreto. Pero en un piso de ochenta y siete metros cuadrados era complicado que hubiese ese tipo de mecanismos. Extendía un poco más la mano y toqué algo suave, lo agarré y tiré de él. Saqué la mano rápida y miré lo que había cogido: una bolsita de cuero marrón, casi destrozada por el paso del tiempo, con algo duro dentro. Miré a François.
    -Vamos. Mira a ver si es… No quepo en mí… -me dijo atento a mi mano.
    Sonreí y saqué el objeto duro. El preciado ámbar, el que todos buscaban, estaba en mis manos. Era cálido, o esa era la sensación que a mí me daba. Tenía el tamaño de mi dedo meñique, lo que dificultaba que la pudiese esconder.
    Entonces, un escalofrío recorrió mi cuerpo. François se dio cuenta y se levantó de un salto. Guardé el ámbar en su bolsa y, cuando tenía la mano dentro del pantalón, oí un fuerte estruendo al principio del pasillo.
    Salí y Celine estaba empotrada en la pared del pasillo, justo enfrente de la puerta principal. Se empezó a levantar y me di cuenta que le colgaba el brazo izquierdo. Entornó los ojos y una sombra se empezó a por la puerta principal, una sombra bastante deforme. Miró por encima de mí y gritó:
    -Lâche-vous tout de suite d’ici!
    No entendí nada debido a los nervios y se tiró a por el dueño de la sombra. De repente alguien me cogió por los hombros y me metió a mi habitación. Miré y era François, que extendió un brazo hacia mí, mirando la ventana. Me imaginé lo que pretendía y me eché para atrás.
    -No, no, no… ¡Ni de coña salto por ahí!- señalé la ventana adivinando sus intenciones.
    Se escuchó un nuevo golpe en el pasillo. François salió disparado a cerrar la puerta para a continuación atascarla con mi cama. Me miró con los ojos muy abiertos:
    -¿Acaso quieres que esos chuchos sarnosos te arranquen la piel a tiras simplemente por conseguir el ámbar?
    Imaginé la escena y me tapé la boca para no gritar.
    Me agarré fuerte a él, me cogió de la cintura y lo volvió a hacer: cogió carrerilla, saltó y volvimos a salir por la ventana de mi habitación.
    Miré abajo y no me sentí como la vez anterior. Esa vez me sentía con confianza en mí misma y en la persona que me llevaba. No me daba miedo escurrirme de sus brazos, pues sabía que en algún momento u otro me acabaría cogiendo antes de tocar el suelo.
    De repente vi que la puerta del armario de mi habitación salía disparada por la ventana. Me agarré más fuerte aún a François y la cogió antes de estrellarse con el edificio de enfrente. La dejó en un balcón, miró de reojo a mi cuarto y descendió en picado. Cerré los ojos, pues el gélido aire me los golpeaba, secándomelos. Y de golpe, calor y suavidad.
    Abrí los ojos y estaba en un coche donde los asientos estaban tapizados en terciopelo rojo carmesí. Una capota se cerró para que el coche se calentase más aún. François me miró y su rostro estaba contraído, como si algo le matase por dentro. Posó sus fríos labios en mi mejilla y pasó la punta de su lengua. Me quedé alucinando.
    -Nos vemos ahora, reina de mis sueños –dijo con una sensual voz. Entonces salió corriendo de nuevo hacia mi edificio.
    Intenté salir tras él pero, el conductor, del cual aún no me había percatado, aceleró de golpe, cerrando la puerta.
Miré y era Iván, que vestía totalmente de negro, con una sonrisa pícara. Miré el cuenta kilómetros e íbamos a 80km/h en plena ciudad. Rió tétricamente. Disfrutaba poniendo en peligro decenas de vidas y oyendo insultos dirigidos a él.
    Río de nuevo, aún más espeluznantemente:
    -¡Esto es lo más parecido a jugar al GTA San Andreas que he hecho en mi vida!
    -¡Está loco! –grité histérica-. ¡¿Qué pasa con François y Celine?!
    Aceleró más aún y me miró a través del espejo retrovisor:
    -Saben cuidarse mejor de lo que te piensas –entramos en la Gran Vía y fijó la vista en el final-. ¡Échate al suelo y agárrate!
    -¡No! –me cansé de obedecer a todo el mundo.
    -¡Hazlo, coño!
    A regañadientes lo hice y me agarré a su asiento. De repente se produjo un fuerte golpe delante y pisamos algo grande. Unos segundos después suspiró y susurró:
    -Ineptos… -dijo para sí mismo-. Ya puedes salir, Bibi.
    Me senté detrás de él y me sujeté la cabeza, mareada:
    -¿Qué fue eso…?
    -¿Lo primero o lo segundo?
    -Todo… -me puse el cinturón y me acurruqué.
    -Lo primero unos cuantos coches de la Policía Nacional que creían que me pararían y lo segundo un humano que pensaba que me daría pena si se ponía en nuestro camino.
    Siempre diciendo humanos… Ni siquiera protesté… Puse la frente contra las rodillas:
    -¿Los hemos perdido?
    -Voy con todas las luces apagadas, por lo que sí.
    No quise hablar más. Solo había ido a mi casa para destrozarla y arriesgar nuestras vidas. Todo en vano, pues no sabía si mis nuevos hermanos estaban sanos y salvos. Iván echó el brazo hacia atrás y me acarició la mejilla:
    -Deja de preocuparte…
    Cerré los ojos y entré más aún en calor. Tenía la sensación de estar pegadita a la chimenea de los Bourgeois con las manos cerca del fuego y preparando castañas… En casa siempre nos peleábamos por la última castaña, aunque casi siempre me la quedaba yo cuando ponía ojitos adorables a mi hermano. <<Si es que como me voy a resistir a una chica tan mona…>>- me solía decir y después me la daba con una gesto amable y sonriendo. Amaba los domingos por la tarde que no había partido en el estadio.
    Poco a poco noté como íbamos frenando y abrí los ojos. Iván aparcó en la parte trasera y me hizo un gesto con la mano para que esperase. Poco después salió,  abrió mi puerta y me cogió en brazos. Le miré a los ojos y de cerca imponía mucho más. Caminó y entramos por el salón.
    La casa estaba calentita y podría afirmar que a la misma temperatura que en el coche.
    Me dejó despacio en el suelo y le miré:
    -Yo… voy a subir a esperar a François… -dije sin fuerzas.
    -Está bien, pero aún le debe quedar un rato.
    -No me importa. Solo quiero estar con alguien querido… -dije con la voz rota.
    Sonrió:
    -Ve, pequeña –me acarició la mejilla con sus largos y finos dedos.
    Fui a la escalera y la subí como si llevase la mochila del instituto. Que horrible sensación…
    Entré en la habitación y me tiré a la cama. Bendita cama de muelles, pero en su totalidad una cama. Me quité los zapatos con los pies y me desabroché el botón del pantalón, pero noté algo raro e incómodo en mi trasero. Me toqué el pantalón y cogí el bulto: sonreí de forma nostálgica al ver la cartera de mi padre, de piel negra, casi nueva. Fue el regalo que le hicimos entre mi hermano y yo la Navidad pasada. La abrí y en el portafotos había cinco fotos: una de mi madre, una de mi hermano, dos mías, una con cuatro años y otra actual, la más grande y especial de todas, una que hicimos todos juntos a las puertas del Generalife de la Alhambra de Granada.
    Bostecé e intenté mantenerme despierta. Me tapé, saqué de la cartera la foto de toda la familia reunida y dejé el resto en la mesilla. La miré recordando ese día como si fuera ayer: las grandes caminatas, las risas, los…